Vigilancia policíaca y encarcelamiento
Ya habían pasado más de 24 horas desde que el hijo de Laura, Andrew, se comunicara con ella. El joven de 30 años, a quien habían diagnosticado con esquizofrenia años antes, estaba viviendo solo y había elegido no tomar su medicamente con regularidad ni ir a terapia. Su familia respetó su deseo de tener algo de independencia, pero también acordaron que se aparecerían en el apartamento de Andrew en Durango si pasaba más de un día sin hablar con él o verlo. (Laura pidió que solo usáramos sus nombres de pila para proteger la privacidad de su hijo.)
Después de repetidas llamadas telefónicas y golpes a la puerta principal del apartamento de Andrew sin ninguna respuesta, lo cual era inusual, Laura decidió llamar para pedir refuerzos y que se hiciera un chequeo de su bienestar. Aunque nunca ha presentado un peligro para otros, Andrew a veces enfrenta desafíos para concentrarse o se olvida de cuidarse a sí mismo—una vez, en un estado de paranoia en medio del invierno, tiró su calefactor portátil afuera—y a su madre le preocupaba que no estuviera bien.
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