Una publicación de The Colorado Trust
English Menu

Josué Rubio, un pastor en el Centro Cristiano Nueva Vida en Edwards, Colorado, ha estado trabajando diligentemente para proporcionar servicios, recursos y esperanza a la comunidad inmigrante en el área durante la pandemia de COVID-19. Fotografías de Luna Anna Archey

COVID-19

A ocho meses de iniciar la pandemia, una comunidad inmigrante encuentra dificultades y esperanza

Read in English

Lo que más le preocupó a Berenice cuando la pandemia empezó en marzo fueron las repisas vacías del supermercado. No sabía si tendría suficiente comida para sus tres hijos: Abdeal, de 9 años; Kendra, de 6; y, Greicy, de 4.

Luego, una semana después, las escuelas se cerraron en Eagle, un pueblo de alrededor de 6,000 habitantes a mitad de camino entre Denver y Grand Junction. Berenice y su esposo Jesús viven ahí en una pequeña casa rodante, y Berenice sabía que sería su responsabilidad supervisar los estudios de sus hijos. No estaban preparados.

Kendra todavía no lee, así que para que complete sus tareas escolares, Berenice necesitaba leérselas en voz alta y luego ayudarla a hacerlas. Abdeal también necesitaba la ayuda de su madre, pero Greicy era la que más le preocupaba a Berenice. Su hija menor necesitaba atención constante. La mesa de la cocina se convirtió en el único espacio de trabajo para los niños, pero era un lugar apretado e inconveniente porque Berenice también usaba la mesa para servir la comida.

“No se concentraban; querían bocadillos todo el tiempo”, Berenice me dijo. “Era un caos”.

***

El aprendizaje virtual es solo uno de los múltiples desafíos relacionados con la pandemia que los inmigrantes enfrentan en Colorado. Berenice, nacida en Chihuahua, México, vino a vivir a Eagle hace 10 años por el trabajo de Jesús. El coronavirus ha causado la muerte de personas en comunidades inmigrantes y comunidades de color en un porcentaje mucho mayor que en la población en general. También ha dejado a muchos sin trabajo. Y aquellas sin documentos migratorios, incluidos Berenice y Jesús, cuyo apellido no incluimos aquí para proteger sus identidades, no reúnen requisitos para recibir beneficios de desempleo ni los cheques para estimular la economía que proporcionó el gobierno.

Mientras tanto, el cierre de las escuelas ha resultado en una carga más pesada para las familias inmigrantes, ya que es más probable que tengan mala conexión a internet, padres que no pueden trabajar desde casa, y viviendas con espacio limitado. Hay aproximadamente 10,000 inmigrantes viviendo en el Valle del río Eagle, ubicado junto a la carretera I-70 y rodeado de montañas. Para muchos de ellos, una pequeña iglesia en el cercano pueblo de Edwards liderada por Josué Rubio, un carismático pastor mexicano, se ha convertido en una fuente importante de apoyo y esperanza.

Berenice y Jesús empezaron a asistir regularmente a la iglesia de Rubio, el Centro Cristiano Nueva Vida, cuando su primer hijo nació y querían encontrar una segunda familia. Esa comunidad se ha convertido en un elemento esencial durante la pandemia. Los mensajes positivos que Rubio compartía por Facebook Live los ayudó a sentirse conectados con otros y con una comunidad más amplia. “En medio de esta locura, nos trajo un poco de paz”, Berenice dijo.

A principios de mayo, Rubio decidió transferir la línea telefónica de la iglesia a su casa porque estaba recibiendo muchas llamadas. Las personas llamaban porque estaban deprimidas o ansiosas; porque tenían parientes o amigos en el hospital; porque un ser querido había muerto. Un niño lo llamó para pedirle a Rubio que rezara por él. Estaba teniendo dificultades en la escuela, le dijo. Sus calificaciones estaban empeorando. No se sentía motivado.

“El invierno será difícil”, Rubio me dijo. Pero también piensa que las dificultades causadas por la pandemia son una oportunidad para surgir como una comunidad más fuerte y resiliente. Después de todo, dijo: “Estamos viviendo en tiempos extraordinarios”.

***

Rubio vino al Valle del río Eagle en 1999 de las montañas de Chihuahua, en México, donde lideraba una congregación en un pueblo rural a cuatro horas de distancia de la ciudad de Chihuahua. Un pastor anglosajón en Vail lo invitó a él y a su esposa, quien se crio en Nuevo México, a iniciar una iglesia que atendiera a la comunidad inmigrante que había crecido alrededor de los centros locales de esquí.

Desde el principio, Rubio pensó que la iglesia debería desempeñar un papel más allá de lo espiritual; debía ayudar a atender la amplia variedad de necesidades de la comunidad. “Con una mano debes predicar, pero con la otra, debes ayudar”, dijo.

Aunque Vail Resort, a 25 millas bajando por el valle, y la industria turística circundante dependía de los trabajadores inmigrantes, con frecuencia estos estaban atrapados en puestos poco remunerados y les costaba encontrar vivienda asequible en el costoso mercado de bienes raíces de la región. La pobreza y el estrés financiero persistentes resultaban en una cascada de problemas adicionales, como el bajo porcentaje de estudiantes graduados, la inseguridad alimentaria y los problemas de salud mental. A la vez, Rubio vio cómo los sistemas que podían ayudar, desde el distrito escolar hasta los funcionarios de salud pública, no estaban bien conectados con la comunidad inmigrante.

El pastor quería que la gente volviera a imaginar que lo que era posible para sí mismos y para sus familias, empezando con una buena educación escolar y estabilidad económica. A través de su iglesia, Rubio empezó a organizar iniciativas comunitarias para impulsar ese objetivo. Invitó a las autoridades del condado para que hablaran sobre recursos locales durante los servicios dominicales, y encontró formas de que personas participaran en la comunidad en general: un grupo para que limpiara un segmento de la carretera 6, voluntarios en el asilo local de ancianos.

Con el paso de los años, Rubio vio cómo los inmigrantes empezaron a aprovechar nuevas oportunidades, a abrir negocios y estudiar. Para Patricia Colín, administradora de la oficina en el Centro Cristiano Nueva Vida, quien llegó a vivir a Eagle hace 20 años de México, ver a otras mujeres inmigrantes con carreras profesionales exitosas la ayudó a inspirar a sus propias hijas, de 11 y 14 años de edad.

“Tienen que estudiar”, me dijo Colín. “No es una opción para ellas. La opción es qué carrera elegirán”.

Patricia Colín y sus dos hijas.

***

La pandemia está poniendo en peligro todo ese progreso. En marzo, cuando los centros de esquí, restaurantes y hoteles se cerraron, los impactos económicos golpearon más a los inmigrantes en el Valle de Eagle. Ya que muchos no tienen documentos migratorios o viven en hogares de estatus mixto, la asistencia federal diseñada para disminuir los efectos negativos de la pandemia excluyó a familias completas. Muchas de ellas ya regresaron a trabajar, pero ya que las tasas de infección en Colorado aumentaron en semanas recientes, su manera de ganarse la vida pende de un hilo.

Con la posibilidad de más cierres y órdenes de permanecer en casa, muchas familias de inmigrantes en el valle han alquilado sus hogares y están viviendo con otras familias para ahorrar dinero, según dijo Rubio. El miedo también está causando efectos negativos.

“Hay personas que se han aislado totalmente porque tienen miedo”, Rubio dijo. Conforme el invierno se acerca, le preocupa que muchos más inmigrantes sufran una crisis mental.

“Para mí, el desafío no es la pandemia en sí”, Colín me dijo. “El desafío es cómo nosotros, como iglesia, podemos ayudar a aquellas personas con necesidades emocionales, y en lo posible, financieras, durante la pandemia”.

Sandra Macias, directora de programas para jóvenes en el Centro Cristiano Nueva Vida y quien también trabaja en el Distrito Escolar del Condado de Eagle, ya observa estudiantes inmigrantes que están retrasándose académicamente. La pandemia ha aumentado lo que ella llama “la brecha del acceso” entre estudiantes con diferentes recursos financieros. Quién tiene buena conexión a internet y por lo menos un padre en casa determina, ahora más que nunca, quién triunfa y quién tiene dificultades con el aprendizaje virtual.

Macias elogió los esfuerzos del Distrito Escolar del Condado de Eagle de proporcionar a cada estudiante una computadora, pero en hogares donde ambos padres tienen que trabajar fuera de casa, muchos niños no tienen quién los supervise. “No hay nadie a quién responderle; nadie ahí que diga: ‘Muy bien, son las 10 de la mañana, ingresa a tu clase de matemáticas”, Macias dijo.

“Sé que mi hijo debería estar estudiando”, un padre le dijo a Macias, “pero también necesitamos comer, también necesitamos pagar el alquiler”.

Hasta en hogares donde un padre puede supervisar el aprendizaje virtual, los niños están sufriendo retrasos académicos. Antes de la pandemia, la hija de Colín tenía buenas calificaciones, pero ahora se siente desconectada de sus clases y de sus compañeros, y sus calificaciones bajaron. Cuando Colín le preguntó a su hija por qué, ella contestó que le estaba costando poner atención y entender las lecciones por internet. “Mamá”, dijo. “No entiendo”.

***

Como muchos otros en la comunidad inmigrante de Eagle, Berenice ha aprendido a vivir con miedo. Aunque le preocupa que su esposo se exponga al virus en su trabajo en el centro de reciclaje local, sabe que la familia depende de sus ingresos.

“Aprendí a vivir con eso, y luego no sentí tanto miedo”, dijo. El verano también ayudó. El clima estuvo cálido y soleado, y sus hijos pudieron jugar afuera.

Pero al acercase el nuevo año escolar, y al hacerse evidente la probabilidad de seguir el aprendizaje virtual, Berenice se puso a pensar en cómo mejorar el espacio en la mesa de la cocina. Viven en una casa rodante pequeña con solo una sala principal, así que la pareja decidió usar una pared al fondo de la sala como un área solo para estudiar. Construyeron un escritorio para cada niño para que tuvieran su propio espacio.

Berenice metió la mano a su cartera y sacó su teléfono para mostrarme una fotografía: tres sillas debajo de un solo escritorio con separadores, para crear tres espacios pequeños donde trabajar, con repisas arriba para poner libros y un ukulele rojo. Todo se veía luminoso y calmado, el tipo de espacio donde un niño podría hasta sentirse emocionado de hacer la tarea. Ahora, Abdeal y Kendra, los dos hijos mayores, se sientan en sus escritorios, sin molestarse el uno a la otra, con audífonos, asistiendo a sus clases virtuales, mientras Greicy, la más pequeña, trabaja coloreando un libro o en otra actividad.

Este tipo de ingenio hace que Rubio se sienta esperanzado y motivado para fortalecer su participación en la comunidad. En junio, solicitó un subsidio de la Fundación de Salud de Colorado y recibió fondos para su iniciativa más reciente: la Fundación Vida, la cual inició para apoyar académicamente a los adolescentes inmigrantes y capacitarlos para convertirse en líderes de su comunidad.

En enero, Rubio planea lanzar dos iniciativas piloto: un programa extracurricular en donde los estudiantes de primaria puedan ir para obtener bocadillos saludables y servicios de tutoría, y una hora supervisada para hacer tarea para los estudiantes de la escuela media en donde también pueden aprender sobre el liderazgo. “Queremos ayudar a estos niños para que mejoren en la escuela y así encuentren su vocación y aumenten sus oportunidades”, Rubio dijo.

Si la pandemia ha cambiado drásticamente la vida en el presente, quizás, Rubio pensó, también puede producir cambios positivos. “Podríamos quedarnos adentro y llorar todo el día”, dijo, “pero debemos hacer algo”.

Sarah Tory

Periodista
Carbondale, Colo.

Ve todas las historias escritas por Sarah

Quizás también te interese esto

Suscríbete para recibir por correo electrónico nuestras historias originales.

Close