“Mira eso. ¿No es bello? Esa es la zanahoria del año pasado”.
James West estaba señalando un manojo de flores blancas estilo encaje que se asomabas entre una mezcla de brotes y verduras. Continuó hablando, como suele hacer, al contar una historia que escuchó hace muchas décadas en la escuela sobre la relación entre las zanahorias y el encaje de la Reina Ana. Ambas producen flores similares, pero el encaje de la Reina Ana tiene un capullo rojo diminuto en el centro.
“Los sirvientes sacaban ese capullo y lo usaban para teñir la ropa de la Reina Ana”, West explicó.
West, de 66 años, puede contar un sinfín de anécdotas sobre horticultura y la historia de las plantas. También puede lanzar una serie de nombres en latín para referirse a muchas de las plantas que crecen en el huerto de St. Benedict’s Place en el centro de Grand Junction, un complejo que aloja a personas que han estado sin hogar durante por lo menos tres años. Y puede cultivar todo tipo de verduras y flores.
West ha estado cuidando del huerco en St. Benedict’s Place los últimos cinco años después de toda una vida de estar sin hogar intermitentemente y períodos de tiempo en instalaciones de rehabilitación y cárceles. Ha estado viviendo en St. Benedict’s Place desde 2013.
El huerto no es solo para maravillarse con los girasoles gigantes, penachos de amaranto morado brillante, brócoli inusualmente prolífico y hojas de verdolaga suiza tamaño bandeja. Este huerto, en una propiedad que le pertenece a la Diócesis Católica de Pueblo, ha proporcionado frutas y verduras frescas durante casi 16 años a los residentes que viven en una de las 22 unidades en St. Benedict’s Place, junto con adultos mayores y otros integrantes necesitados en la comunidad.
Algunos de los residentes de St. Benedict’s Place se han mudado a otros lugares, y otros han fallecido, pero el huerto sigue rindiendo frutos.
“La idea entera detrás de esto es poder dar libremente pero no tomar con desenfreno”, explicó Suzanne, una persona que vive en St. Benedict’s Place y que pidió que no usáramos su apellido.
Se puede encontrar a Suzanne varias veces por semana llenando la carretilla con yuyos. Sacar los yuyos es su especialidad, dijo, y su contribución a un espacio que dijo le da “paz y tranquilidad”—al igual que una abundancia de berenjena que le gusta cosechar.
Grand Valley Catholic Outreach construyó el complejo residencial de St. Benedict’s Place en 2008. Uno de sus residentes iniciales sugirió agregar un huerto. Rich Nye tenía una enfermedad terminal cuando se cansó de estar sentado en su sillón y mirar por la ventana a un lote feo lleno de rocas del otro lado de la calle
Nye no solo soñó con ver un huerto abundante. Según uno de los informes anuales de Catholic Outreach, con ayuda de un sacerdote, un tractor prestado, algunas semillas y plantas donadas, y un par de jardineros conocedores, Nye logró establecer un terreno florido y con brotes antes de su muerte en el año 2013.
Un gerente en el complejo residencial mantuvo el huerto durante años después de que Nye falleciera. Durante ese período, los residentes, incluyendo West, podían tener parcelas en el huerto para plantar sus verduras favoritas.
Hace cinco años, West amplió el huerto a un tamaño tres veces mayor que el original. Ahora cubre todo un terreno de la ciudad. Agregó variedades inusuales de verduras y flores. Reemplazó áreas que antes tenían grava con composta, trozos de pasto y un mantillo de hojas para que el huerto pudiera producir tomates de dos libras y zinnias del tamaño de una pelota de béisbol.
Además de proporcionar productos frescos para los residentes de St. Benedict’s Place, la cosecha del huerto termina en cocinas comunitarias en el centro cercano de Grand Valley Catholic Outreach, donde hasta 200 clientes almuerzan a diario.
Durante el almuerzo un día a finales de agosto, rebanadas de pepino y tomates del huerto se ofrecían entre una bandeja con ensalada de fruta y otra con estofado de res. Kong Vong, quien trabaja de voluntaria, dijo que a los clientes les gusta comer verduras frescas junto con los almidones y las proteínas en cada comida. También reciben verduras frescas del huerto en cajas con alimentos para llevar.
La cocina ofrece un producto favorito del huerto. A los tomates grandes con piel amarilla y líneas rojas las personas les dicen “Mr. Stripeys” (en español: Señores Rayados).
El huerto en St. Benedict’s Place también produce grandes cantidades de tomates tipo cherry y sobreabundancia de zucchini de vez en cuando que West comparte con los clientes de Meals on Wheels del Condado de Mesa. West también a veces pone bolsas con verduras en el pórtico del hogar vecino para sacerdotes que trabajan en la Parroquia de San José. Uno de ellos bendice el huerto durante una ceremonia formal cada verano.
Semillas y plantas en macetas del huerto se envían a la cercana Biblioteca del Condado de Mesa para usarse en un programa de intercambio y distribución gratis de semillas y venta de plantas para recaudar fondos. Las verduras con frecuencia se encuentran esparcidas al frente del apartamento de West, donde los residentes de St. Benedict’s Place pueden llevarse lo que necesiten. El huerto no tiene cerco, así que las personas que pasan por el vecindario pueden tomar algunas verduras frescas. Un cartel pintado a mano les advierte que “pregunten antes de agarrar”, un recordatorio que West dijo no siempre cumplen.
Aunque el huerto ayuda a alimentar de varias formas a quienes lo necesiten, Catholic Outreach no registra la producción en libras ni docenas ni dólares ni centavos, según dijo Angela Walsh, la gerenta de la cocina comunitaria. Walsh monitorea el bienestar del huerto—y lo que quizás termine en su cocina—examinando fotografías del huerto que West le envía.
Las verduras que el huerto produce no son tan importante como sus beneficios, los cuales no pueden medirse ni comerse, dijo Carla Bistodeau, directora de vivienda para Catholic Outreach.
“Es muy catártico para nuestra gente venir aquí”, dijo. “Realmente es el lugar feliz de todos”.
Un residente de otro complejo residencial de Catholic Outreach para veteranos que habían estado sin hogar prepara salsa con los tomates y chiles de una pequeña parcela que mantiene en el huerto. Trabajadores del centro, incluyendo un par de visitantes regulares de la cercana oficina de correos, a veces caminan por el huerto durante su descanso del almuerzo y se echan un tomate cherry en la boca. Sor Karen Bland, directora de Catholic Outreach, dijo que le gusta caminar por el sendero adentro del huerto y ver las plantas abundantes en un espacio donde estuviera el antiguo edificio de Catholic Outreach antes de su demolición.
West dijo que si no fuera por el huerto, probablemente sería una persona sedentaria con enfermedades crónicas y nada que contribuir a una organización y a una comunidad que lo han ayudado.
Sufre de artritis y ciática, y de espolones de calcio en sus manos y pies. Tiene una cánula nasal siempre presente conectada a un tanque de oxígeno—un resultado de haber fumado por 40 años. Carga su oxígeno en una gran mochila que lleva a sus espaldas, la cual agrega a su semblanza de Santa Claus—un hombre de 6 pies y 3 pulgadas con una gran barba blanca, una barriga bien alimentada, lentes de alambre y cabello blanco rizado.
Durante toda su vida adulta, West trabajó intermitentemente en labores de jardín, donde perfeccionó su interés en la horticultura. Ese interés fue inherente gracias a su crianza en una granja en el medio oeste de Estados Unidos.
Alimentación para el alma es como West lo considera todo. Para él, es una razón para levantarse y salir al mundo. Algunas personas en Catholic Outreach dicen que es un jardinero maestro, pero “soy solo un maestro del jardín”, dijo. También le da crédito a un poder superior: “A Dios le gusta este huerto”.
A West le encanta organizar visitas guiadas al huerto. “Aquí tenemos ejotes amarillos”, señaló. “No nos gustan los ejotes verdes”. “Esa es una parra de uvas concordia allá”. “Esta es una iris siberiana”. “Hay un árbol de higos, bayas de goji y un arbusto con bayas del saúco”. “Ve eso. Son cerezas del monte, y esas son grosellas silvestres”. “Intenté iniciar un árbol de kiwi, pero se murió”.
La visita continuó en su limitado apartamento con vistas al huerto. Contenedores de plástico y cajas de cartón apiladas con semillas junto a sus medicamentos se han apoderado del espacio. West ya organizó una caja llena de semillas que identifica como el huerto de la próxima temporada. También tiene plantas verdes de semillero que revolotean bajo una luz de crecimiento sobre una mesa baja.
Suzanne ha estado enlatando pesto usando la albahaca del huerto en su apartamento cercano. El techo sobre su cabeza, la paz de un huerto y una abundancia de comida han eliminado el temor que sentía cuando estaba sin vivienda.
“No puedo decirte lo aterrador que era”, dijo de esa época.
West dice que el huerto proporciona una profunda lección de aceptar el mundo como te llega. Las cosas cambian constantemente entre las enredaderas y los brotes y los montones de vegetación. Un año, los Señores Rayados quizás sean del tamaño de una pelota de softball; otro, quizás no crezcan para nada. Este año, el área con camotes está creciendo muy bien. En otros años, ha sido insignificante.
La cosa que nunca cambia es el sentimiento que produce. Para los residentes como West, es un lugar con raíces y propósito. Y, le gusta señalar, proporciona un refugio para un gato salvaje necesitado, una multitud de abejorros ocupados y un pelotón de colibríes.
West agita sus manos por todo esto y señala por aquí y por allá. “Hay milagros por todos lados”, dice.
Traducido por Alejandra X. Castañeda