Una publicación de The Colorado Trust
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Rose Konola tiene 90 años de edad y extraña las conversaciones que solía tener con los voluntarios de Meals on Wheels que le traían almuerzos calientes a su casa cuatro veces por semana.

COVID-19 ha cambiado la manera como la oficina del Condado de Mesa del programa distribuye comida entre los ancianos. Aunque esenciales para proteger tanto a sus clientes como a sus choferes, las precauciones de distanciamiento presentan un desafío para los clientes que dependen de Meals on Wheels no solo por su comida nutritiva, sino también por la oportunidad de conectarse con otras personas.

Konola, quien vive en una casa rodante en Clifton cerca de Grand Junction, se inscribió al programa hace dos años después de que fuera cada vez más difícil cocinar para sí misma. Todavía tiene comida instantánea para desayunar, al igual que cenas congeladas; de vez en cuando, mezcla carne y verduras para preparar fácilmente una comida en su Crock-Pot.

Konola tiene diabetes y ha sobrevivido dos veces el cáncer de mama; Meals on Wheels la ayuda a comer sano y controlar su diabetes, dijo.

Aunque antes de la pandemia los voluntarios que entregaban la comida nunca se quedaban por largo tiempo en ninguna de las casas en su ruta, la cual usualmente les llevaba dos horas para completar, con frecuencia pasaban varios minutos hablando con los clientes que aceptaban la compañía.

“Realmente disfruto a las personas de Meals on Wheels,” Konola dijo.

Los voluntarios visitaban a Konola en su casa, en donde hablaban sobre su familia, viajes de campamento que habían hecho y preocupaciones compartidas sobre la salud. Uno de los voluntarios comparte el mismo interés en arte que Konola, cuyos cuadros enmarcados de flores en acuarela (la mayoría rosas) cuelgan de sus paredes.

“Teníamos conversaciones interesantes”, dijo. “Compró dos de mis cuadros”.

Antes de la pandemia, los voluntarios debían esperar hasta que alguien abriera la puerta o no se les permitía dejar la comida. Sin embargo, durante los últimos tres meses, como respuesta a COVID-19, el programa cambió sus prácticas para proteger a los clientes y a los voluntarios, muchos de los cuales son también ancianos y por lo tanto forman parte de un grupo con mayor riesgo de sufrir los síntomas más graves de la enfermedad.

Ahora, las comidas que se entregan a domicilio vienen en una bolsa y se dejan colgadas en la puerta principal. Los voluntarios deben usar mascarillas y mantener su distancia.

“A veces me asomo [por la ventana] y les hago saber que sigo aquí”, Konola dijo. “Extraño que entren; solíamos platicar”.

El esposo de Konola murió hace 10 años. Su hija Claudette vive en Grand Junction y viene a visitarla todos los miércoles. Lleva a su madre a ver al médico y recoge víveres para llevarle. Con frecuencia iban a comer juntas antes que los restaurantes cerraran en la primavera.

“Me estaba aburriendo sentada en casa por tres meses; luego la temperatura subió lo suficiente como para sentarse en el pórtico”, Konola dijo. “Luego el viento se llevó todo y no pude seguir haciendo eso”. (El Condado de Mesa se vio afectado por vientos extremadamente fuertes por varios días en junio.)

Además, Konola está de duelo por la muerte de su gato Angel que murió esta primavera después de 16 años de acompañarla. Konola se quedó con las cenizas de Angel y planea enterrarlas junto a ella cuando el momento llegue.

En junio, mientras las tiendas empezaban a reabrirse con algunas restricciones, la estilista de Konola ofreció ir a su casa para cortarle el pelo. “Lo necesitaba desde hace tres meses”, Konola dijo. “Me llegaba hasta aquí”, dijo señalando sus hombros.

“Le dije que me encantaría ir a [la tienda] Dollar Tree para comprar una tarjeta de cumpleaños para mi hermana. Así que me llevó en su automóvil. Usamos nuestras mascarillas. Me consiguió un carrito de compras para apoyarme y lo esterilizó. Después, esterilizó mis manos. Y luego me llevó a dar un paseo.

“Esa fue mi primera salida”.

Otro par de ojos

Hay 25 rutas de Meals on Wheels que entregan comida a más de 400 residentes en Grand Valley, incluidas las ciudades de Clifton, Fruita, Grand Junction y Palisade. Además, el programa sirve más de 100 comidas calientes a diario en cada uno de varios comedores de Meals on Wheels en el área, como en los pueblos de Collbran y Mesa. (El servicio de comida en los comedores se ha cancelado durante la pandemia, pero los residentes pueden recoger comida para llevar.) Entre los comedores y las entregas, en promedio, el programa proporciona más de 500 comidas calientes a diario.

Lynne y Jonathan Parentice empezaron a trabajar como voluntarios entregando comidas a domicilio hace tres años, cuando la pareja se mudó a Grand Junction de Tucson, Arizona. Su nieta Allie es voluntaria con Meals on Wheels y animó a sus abuelos para que participaran. La hija de la pareja, Nicole, también ha trabajado como voluntaria. A veces, su bisnieta, Elle, acompaña a Lynne y Jonathan en su ruta.

“Somos una familia con cuatro generaciones de voluntarios”, Lynne dijo. “Es maravilloso que Elle vea de lo que se trata”.

Lynne y Jonathan Parentice.

Los voluntarios se reúnen en la cocina y las oficinas de Meals on Wheels sobre Chipeta Avenue en Grand Junction a las 10 de la mañana, de lunes a viernes, para recoger sus calendarios y la comida preparada. Justo adentro hay contenedores con comida fría y caliente empaquetada para distribuirse ese día.

Antes de la pandemia, los voluntarios con frecuencia llegaban un poco antes para compartir una taza de café y un pan dulce, platicaban entre ellos en la sala de conferencias antes de dirigirse a su ruta. En estos tiempos, toda conversación se realiza afuera en el estacionamiento, a distancia y con mascarillas puestas.

Aunque algunos de los voluntarios que realizan entregas a domicilio dejaron de hacerlo por miedo a contraer el coronavirus, más personas nuevas en la comunidad se ofrecieron a ayudar, muchas de ellas porque ahora tenían tiempo libre, según dijo el personal de Meals on Wheels. El programa hasta tuvo que rechazar a personas interesadas en ayudar.

Los voluntarios funcionan también como un par de ojos más para estar pendientes de una población que con frecuencia es frágil, no puede salir de casa y a veces está aislada. “Antes del coronavirus, esperábamos hasta que abrieran la puerta”, Lynne Parentice dijo. “Si no venían, los llamábamos por teléfono. Dejábamos una nota diciendo: ‘lástima que no te vimos; quizás pidamos que te visiten para verificar que estés bien si no sabemos nada de ti’”.

Cuando llegó la pandemia a Colorado, los Parentice, ambos de 76 años de edad, dejaron de ayudar por ocho semanas. Pero con el número de casos confirmados de COVID-19 en el Condado de Mesa manteniéndose relativamente bajo en comparación con áreas circundantes, la pareja está haciendo su ruta semanal otra vez.

Jonathan lleva la comida del automóvil a la casa, mientras Lynne, la que conduce, consulta el calendario para ver cuál será su próxima parada y toma nota de cualquier instrucción especial. Por ejemplo, una mujer en su ruta deja instrucciones especiales para deslizar la comida mediante una ventana trasera y ponerla directamente sobre una mesa. Jonathan dijo que solo la ha visto una vez en dos años.

Aunque algunos clientes son reclusos, otros esperan a que los Parentice lleguen y abren su puerta cuando ven a la pareja estacionar frente a su casa. Ahora Jonathan mantiene su distancia mientras se saludan.

“A algunas personas les gusta socializar”, Lynne dijo. “Para algunos, es su única interacción social. Estas personas dependen de nosotros. Las comidas son nutricionalmente balanceadas. Las personas han logrado controlar su diabetes o bajar de peso”.

Jonathan ahora trae libros de tapa blanda para una pareja de ancianos después de notar lo que les gusta leer. También lleva consigo galletitas para perros y las distribuye a lo largo de la ruta. Después de decirle a un cliente que las llantas de su automóvil necesitaban cambiarse, vio que había dos llantas nuevas la siguiente vez que le llevaron comida a su casa.

Los Parentice se preparan para entregar comida.

La “oportunidad de platicar”

Durante tiempos normales, para reunir requisitos y recibir entregas de comida a domicilio del programa Meals on Wheels, los participantes debían tener por lo menos 60 años de edad y estar confinados. Sin embargo, por ahora, el requisito de confinamiento ya no es necesario para así incluir a poblaciones de riesgo y protegerlas contra la exposición innecesaria al coronavirus.

Algunas fundaciones estipulan que Meals on Wheels les dé a los participantes la oportunidad de pagar por las comidas, si así lo desean. La donación sugerida por comida es $3.50.

“Los clientes pueden enviar cualquier cantidad, $1, $5 o $5,000”, dijo Adrienne Carlo, coordinadora del programa de entrega de comidas a domicilio para Meals on Wheels en el Condado de Mesa. “Es totalmente opcional. A veces un ser querido nos pide que le enviemos el formulario para que él pague por las comidas”.

Usualmente, el programa proporciona alrededor de 12,000 comidas al mes, a través de entregas a domicilio o en sus comedores. En abril, el número aumentó a más de 16,000 y se mantuvo casi así durante todo mayo. Carlo atribuye el aumento de clientes principalmente a personas mayores que quieren evitar ir al supermercado durante la pandemia.

A pesar de la creciente demanda, el programa sigue cumpliendo con los pedidos de entregas a domicilio, aunque las contribuciones de clientes y donaciones corporativas han disminuido considerablemente durante COVID-19. Las donaciones anteriormente provenían de negocios que tuvieron que cerrar en la primavera y organizaciones que ahora tienen menos fondos para distribuir.

Al mismo tiempo, las contribuciones de personas locales han aumentado, dijo Amanda Debock, gerenta de programas para Meals on Wheels. Además, “hemos solicitado subsidios que balancearon las pérdidas y así hemos podido pagar por el aumento [de participantes]”.

Mientras que la pandemia forzó a Meals on Wheels a cerrar sus nueve comedores, en algunos de ellos se está ofreciendo la opción de pasar a buscar comida en automóvil. Otros sitios siguen ofreciendo comidas de otras formas. Por ejemplo, cuando se dejó de servir comida en el Centro Comunitario de Fruita, un empleado empezó a manejar a Grand Junction a recoger la comida, la cual ahora distribuye entre quienes solían venir al comedor de Fruita. Y en lugar de comedores en dos asilos de ancianos en Grand Junction, los residentes ahora vienen a la recepción a recoger su comida y se la llevan a sus apartamentos individuales.

Estos cierres y el cambio a comidas para llevar significan que otra oportunidad más de que los clientes socialicen ha desaparecido por el momento.

Billie Jean y Chuck White, ambos de 78 años de edad, se suscribieron al programa de entrega a domicilio a principios de junio después de que Chuck pasara 42 días en el hospital debido a una insuficiencia cardíaca. Billie Jean no pudo ver a su esposo la mayor parte de ese tiempo debido a las pautas de aislamiento relacionadas con el coronavirus.

Chuck y Billie Jean White.

Después de que Chuck saliera del hospital, terapeutas físicos, terapeutas del habla y terapeutas ocupacionales vinieron a visitarlo a su hogar varias veces al día. Billy Jean dijo que no tenía tiempo de cocinar. Señala un calendario con marcas en lápiz de varias citas diarias: “No tenemos mucho tiempo libre. No consigo terminar muchas cosas. He estado muy estresada; enferma de la preocupación”.

Cuando solicitaron recibir comidas a domicilio, no había cupo, así que Billie Jean fue manejando a la oficina de Meals on Wheels a recoger comida para llevar. Dos semanas después, se abrió un espacio para recibir la comida a domicilio. Billie Jean dijo que su intención era usar el servicio temporalmente, pero ahora no está tan segura. Dependerá en parte de cómo progresa la salud de su esposo, dijo; les gustan las comidas y les caen bien los voluntarios.

Aunque entregar comidas es la misión número uno de Meals on Wheels, la habilidad de los voluntarios de visitar a los clientes es importante. Carlo dijo. Desde que ella empezó a trabajar en el programa hace siete años, ha habido cuatro situaciones en las que los voluntarios han sido los primeros en llegar a la casa de alguien que había muerto solo.

Más importante aún, dijo, son las numerosas ocasiones en las que los voluntarios han descubierto a un cliente que se cayó y llamaron al 911. Recuerda a un hombre que se había caído de espaldas y no estaba en buen estado cuando lo encontraron. Aunque murió tres días después, no murió solo, dijo.

“Para muchos de nuestros clientes, somos la persona principal que ven ese día”, Carlo dijo. “Tienen la oportunidad de platicar. Me da tristeza saber que no tienen eso en estos momentos”.

Sharon Sullivan

Escritora y editora independiente
Grand Junction, Colo.

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