Una publicación de The Colorado Trust
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Eran los últimos días de abril y Renee sonaba cansada y preocupada. No había abrazado a su hijo ni visto su cara sin que la pantalla digitalizara sus rasgos desde que la pandemia de COVID-19 empezara en Colorado hacía más de un año.

“Es desgarrador”, dijo por Zoom. “Eso es algo que una madre no puede describir nunca. Es una carga en tu corazón las 24 horas del día, no saber si están lastimados, si están bien, si están en problemas. Es un sentimiento horrible que no puedo explicar”.

A su hijo de 20 años lo sentenciaron al Sistema de Infractores Jóvenes (Youthful Offender System o YOS, en inglés), una prisión alternativa en Pueblo que administra el Departamento de Correccionales de Colorado, en 2019. (Renee nos pidió que no usáramos su apellido para proteger la privacidad de su hijo y evitar represalias del personal de la prisión).

El aislamiento definió la experiencia durante la pandemia de muchas personas en Colorado, pero para los jóvenes encarcelados aumentó aún más la sensación de estar solos y olvidados. Se dejaron de permitir visitas de parientes y hasta de abogados, y los servicios de educación y otros se pusieron en pausa o hicieron la transición a ofrecerse virtualmente. Esto limitó seriamente la interacción humana para los niños y adultos jóvenes que viven en centros de detención. A quienes se contagiaron de COVID-19 o estuvieron expuestos a este virus tan contagioso los aislaron aún más; y, cuando se pudo, los pusieron solos en habitaciones para proteger las salud de los demás.

“Sabemos que el apego y los vínculos afectivos son muy importantes… Luego arrancas eso y queda un sentimiento de abandono, aunque su familia no los esté abandonando, y se enojan”, dijo Holly Gummerson, una abogada defensora de jóvenes que anteriormente trabajó para la Oficina del Defensor Público del estado de Colorado. “Terminan metiéndose en peleas con otros niños, bajo el control físico del personal por enojarse o por ciertas cosas. Esperamos que estos niños sean perfectos en un momento tan imperfecto en nuestro mundo y no se los trata de buen modo”.

Mientras las personas que viven afuera titubean para dar pasos hacia algunas versiones de una vida normal, los padres y defensores de jóvenes encarcelados observan el desarrollo de una diferente historia adentro: un regreso demasiado lento a horarios regulares, problemas continuos al acceso y preocupación por las consecuencias en la salud mental de todo un año sin conexión.

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Colorado tiene dos sistemas para albergar a jóvenes detenidos o sentenciados. Primero, está el YOS, donde se quedan adolescentes sentenciados por crímenes violentos específicos; es una alternativa de mediana seguridad a las prisiones regulares estatales y está diseñada para la rehabilitación y para prepararlos a la reintegración. Los jóvenes encarcelados ahí tienen sentencias menores de las que recibirían a través del sistema tradicional. El segundo sistema es para niños y adultos jóvenes entre 10 y 21 años de edad en espera de juicio o a quienes ya encontraron culpables por crímenes menores. Están bajo la autoridad de la División de Servicios Juveniles (DYS, por sus siglas en inglés), parte del Departamento de Servicios Humanos de Colorado.

De acuerdo con el tablero de datos sobre COVID-19 de la DYS, poco más de 400 niños y adultos jóvenes están viviendo en sus 12 centros de detención juvenil. (La sentencia promedio es de 20 meses, según dijo un portavoz del Departamento de Servicios Humanos.) Desde marzo de 2020, 141 niños y adultos jóvenes en el sistema de la DYS tuvieron una prueba positiva por COVID-19; nadie murió ni terminó en el hospital. La mayoría de los casos ocurrieron en tres centros: Spring Creek Youth Services Center en Colorado Springs, Mount View Youth Services Center en Denver y Platte Valley Youth Services Center en Greeley. A fecha del 20 de mayo de este año, había cuatro casos activos entre los jóvenes. (El personal de la DYS se ha visto afectado en mayores cantidades, con 354 casos positivos, incluidos 11 casos activos entre empleados el 20 de mayo.)

A mediados de mayo, el YOS estaba albergando a 183 adultos jóvenes. Desde el inicio de la pandemia, 144 jóvenes encarcelados en las instalaciones de mediana seguridad han tenido una prueba positiva, sin ninguna muerte; el 20 de mayo había tres casos activos.

Desde que COVID-19 entró a EE. UU., promotores de reformas en el sistema penal en todo el país han estado presionando a los estados para que liberen a las personas encarceladas y den citaciones en lugar de arrestar a personas. El objetivo es ayudar a reducir el número de casos de COVID-19 en las instalaciones. Colorado figura entre las jurisdicciones que hicieron eso; la DYS vio a su población juvenil disminuir en un 30 por ciento desde el 1º de marzo de 2020, cuando tenía a 600 jóvenes detenidos. Eso se logró porque se liberaron condicionalmente a más jóvenes y se redujo el límite de camas en centros de detención alrededor del estado. (Una propuesta de ley estatal para reducir permanentemente el límite de camas en centros de detención juvenil de 327 a 215 se propuso en febrero; para mediados de mayo, la propuesta había avanzado a la Cámara de Representantes para su consideración después de un voto casi dividido por partido político en el Senado.)

“Se aseguraron de que los niños y el personal estuvieran protegidos”, dijo Stephanie Villafuerte, mediadora de protección infantil en Colorado, sobre los esfuerzos de la DYS. Sin embargo, según señaló Villafuerte, “todos esos servicios presenciales, de educación, visitas, salud del comportamiento, todos esas cosas sumamente importantes para estabilizar a estos jóvenes se pusieron en peligro”.

A nadie encarcelado en el YOS, la prisión juvenil, lo liberaron antes debido a COVID-19; la sentencia promedio de los jóvenes en ese centro es de 4 años y medio, la edad promedio es de casi 21 años, y el 99 por ciento de los encarcelados tienen 18 años de edad o más, según dijo un portavoz del Departamento de Correccionales. Colorado figura entre los 12 estados con el mayor número de casos confirmados de COVID-19 en centros de detención juvenil, según Sentencing Project, una organización nacional de reformas en el sistema penal de justicia que mantuvo un total actualizado hasta el mes de febrero de este año.

Durante cierres al principio de la pandemia en 2020, a los niños y adultos jóvenes en la prisión juvenil de Pueblo no se les permitió ni usar los teléfonos, según dijeron múltiples padres. (Un portavoz del Departamento de Correccionales confirmó que “hubo momentos durante la pandemia que la habilidad de usar teléfonos y hacer visitas por video quizás se limitó debido a que es equipo compartido y podía potencialmente ser un lugar de contagio” para el coronavirus.) Esto dejó a las familias de jóvenes encarcelados desesperadas por obtener información.

“Fue muy alarmante para ellos y nosotros”, dijo Anna, quien tiene un hijo de 21 años en el centro del YOS en Pueblo. Dice que pasó por lo menos un mes sin poder comunicarse para nada con él. Antes de eso, Anna hablaba con su hijo por teléfono todos los días o cada dos días. (Anna pidió que protegiéramos su identidad y la de su hijo por las mismas razones que Renee.)

En todos los centros de detención juvenil, hubo inquietudes relacionadas con el trato de los jóvenes que estuvieron expuestos a COVID-19 o tuvieron una prueba positiva. Los requisitos de aislamiento médico, usualmente poner a la persona en una habitación individual detrás de puertas cerradas pero sin candado, se parecían al confinamiento solitario, defensores dicen. (De acuerdo con los protocolos, padres y tutores deben recibir una llamada avisándoles de tales cambios lo antes posible.) Por supuesto que hubo razones de salud y seguridad para hacerlo, pero estudios demuestran que el confinamiento solitario de niños y adultos jóvenes puede resultar en más problemas de salud mental, incluidos pensamientos suicidas y paranoia.

En 2016, Colorado aprobó una ley que restringe ese tipo de aislamiento solo en casos de emergencia y por tiempo limitado. Una orden ejecutiva que el gobernador Jared Polis firmó el 11 de abril de 2020 suspendió temporalmente los estatutos de aislamiento del estado, entre otras normas; la orden se extendió, con algunas modificaciones, 11 veces, la más reciente el 25 de febrero de 2021.

Anders Jacobson, director de la DYS, dice que los jóvenes en cuarentena seguían recibiendo servicios y no estaban “encerrados en una habitación cualquiera”. El propio plan por COVID-19 de la DYS requiere que a los jóvenes se les proporcione “algo para hacer”, como libros o juegos, y que reciban agua, Gatorade o algo similar; también deben tener acceso a servicios educativos, visitas virtuales y atención para la salud del comportamiento. “Tratamos de hacer que estos jóvenes estén tan cómodos como sea posible”, Jacobson dijo.

En el YOS, algunos adolescentes que no tenían COVID-19 les dijeron a sus padres que los estaban poniendo en habitaciones o unidades con quienes habían recibido resultados positivos. Tres madres compartieron que sus hijos les dijeron en el otoño que los guardias los había cambiado a áreas con personas sintomáticas. “Parecía como que querían que todos se contagiaran”, dijo una de ellas durante una entrevista.

En una declaración enviada por correo electrónico, un portavoz del Departamento de Correccionales dijo que “a todos los reclusos se les hacían pruebas con regularidad y agrupaba en el grupo apropiado según los resultados de las pruebas. Conforme se recibían nuevos resultados, las personas se cambiaban de acuerdo con eso. [Este proceso] cumple con las directrices de oficiales médicos y de salud pública, de agrupar según reclusos positivos, negativos y expuestos”.

Como muchas personas, los niños y adultos jóvenes encarcelados le tenían miedo al virus. Varios de ellos hablaron sobre sus temores, según sus padres dijeron. “Causó mucho caos… Reaccionaron mal”, Renee dijo de su hijo y otros jóvenes encarcelados en el YOS. “No ha mejorado desde entonces”.

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Por más de un año, los jóvenes y sus familias se vieron limitados a llamadas por teléfono y visitas virtuales con imágenes borrosas para mantenerse conectados.

“Esas visitas semanales, en las que los niños recibían bocadillos y bebidas de la máquina expendedora por los cuales pagaban sus papás, ya no tenían eso. Ya no podían abrazar a sus familias, lo cual tiene un enorme impacto en el desarrollo de estos niños”, Gummerson, la abogada, dijo. “Literalmente, [los] dejaron solos con el personal”. Se hubieran beneficiado de un contacto más frecuente con sus familias, dijo.

Renee pagó entre $4 y $10 por cada videollamada con su hijo, y si el chat se cancelaba por cualquier razón, no le devolvían su dinero. En una respuesta por correo electrónico, un portavoz del Departamento de Correccionales dijo que “los límites en visitas y llamadas telefónicas normalmente asociados con la situación individual en el YOS ya se eliminaron”, pero la experiencia de Renee fue que los privilegios de su hijo debido a su comportamiento sí afectaron su habilidad de hablar con él. El Departamento de Correccionales también dijo que a los niños y adultos jóvenes encarcelados se les dieron llamadas ilimitadas, incluida una llamada telefónica o videollamada gratis por semana; el 7 de enero, el proveedor de tecnología GTL cambió eso, de una videollamada gratis de 10 minutos a una llamada telefónica de 5.

En la DYS, Jacobson reconoce lo difícil que es para los jóvenes hacer la transición de visitas presenciales a visitas virtuales. Sin embargo, dice que la conveniencia y facilidad de estas oportunidades digitales permiten a los encarcelados comunicarse más frecuentemente con sus seres queridos.

No fue hasta esta primavera, a más de un año desde que la pandemia empezó, que los niños y adultos jóvenes en la DYS pudieron ver en persona otra vez a sus seres queridos. Desde el 1º de abril, la mayoría de los centros de detención juvenil han estado abiertos para visitas familiares y de profesionales, aunque con horario reducido, límites de dos visitantes a la vez y barreras para prevenir tocarse o abrazarse. Cualquier persona que llega debe hacerse una prueba rápida de COVID-19 antes de entrar a las instalaciones.

“Todavía solicitamos que se mantenga el distanciamiento social”, Jacobson dijo. “Será difícil para cualquier familia no querer acercarse y darse un abrazo, así que estamos dependiendo de la educación y pidiendo que eso no se haga”.

El YOS tiene normas más estrictas durante visitas para los niños y jóvenes encarcelados y sus familias. A mediados de mayo, las visitas en persona todavía no se permitían en el centro de Pueblo, y los padres no tenían claro cuándo podrán ver otra vez a sus hijos sin una pantalla de por medio.

“Creo que mentalmente ha afectado mucho a los niños. Pasaron todo un año sin sus padres, sin abrazar a nadie”, dijo Cobea Becker, directora ejecutiva del Centro Defensor Juvenil de Colorado. “Creo que el impacto a largo plazo de no tener ni ese contacto cara a cara será tan astronómico que nadie se podrá recuperar de él totalmente… es una situación muy, muy triste”.

El Departamento de Correccionales señaló en un mensaje electrónico del 13 de mayo que había empezado a implementar su plan de visitas presenciales. “La habilidad de reabrir se basa actualmente en parte en la tasa de vacunación de reclusos en las instalaciones”, el portavoz escribió. En ese entonces, Buena Vista Correctional Facility era el único centro que estaba permitiendo otra vez visitas presenciales limitadas. (Las personas ahí encarceladas recibieron vacunas antes que otros prisioneros después de un brote de una cepa particularmente preocupante, según un reporte de CPR.)

Los servicios religiosos, para la salud del comportamiento y educativos también se modificaron para ofrecerse virtualmente al principio de la pandemia. Pasó bastante tiempo antes que todo regresara a la normalidad, lo cual aumentó la monotonía y soledad entre las personas encarceladas.

“Estaban literalmente hartos del aburrimiento”, dijo Anna. “Afectó mucho a [mi hijo] mentalmente… Se escuchaba la diferencia en su voz. Era como si hubiera perdido la esperanza de todo. Creo que estaba muy deprimido y realmente había dejado de pensar que las cosas mejorarían algún día”.

El centro de mediana seguridad en donde el hijo de Anna está detenido ofrece capacitación técnica y programas para obtener un diploma de equivalencia general (GED, por sus siglas en inglés), pero las clases presenciales se suspendieron por un tiempo. En lugar de ellas, los jóvenes recibían folletos para estudiar individualmente, según dijo el Departamento de Correccionales. Desde entonces, ya se están ofreciendo otra vez cursos presenciales, en grupos más pequeños, aunque muchas clases universitarias siguen disponibles solo de manera virtual.

En los centros estatales de menor seguridad, la DYS está obligada a proporcionar oportunidades educativas a los jóvenes encarcelados, y Jacobson dijo que “nunca dejamos de proporcionar educación en persona” ya que los empleados docentes eran considerados como empleados esenciales. Por su lado, los distritos escolares locales se encargan de la educación de los detenidos (aquellos niños que están esperando sentencia), y los distritos (y sindicatos) variaron en sus decisiones sobre el aprendizaje presencial o virtual.

“La educación en los centros de detención juvenil hasta antes de la pandemia nunca había sido destacada… cuando la pandemia empezó, el problema empeoró”, dijo Elie Zwiebel, un abogado de derechos civiles juveniles en Denver que se especializa en leyes educativas. Se enteró de reportes de muchos adolescentes reunidos alrededor de un solo iPad y materiales de aprendizaje “penosamente por debajo del nivel de grado”, aunque las cosas parecieron mejorar en el otoño con el acceso a la tecnología.

“Los estudiantes encarcelados ya están enfrentando una brecha educativa importante, y [estos problemas] solo la aumentan”, Zwiebel dijo. “Están atrasados y, francamente, atrasados de tal forma que será muy difícil compensarlo, si no imposible”. Estas inquietudes solo empeoran para la proporción importante de estudiantes con discapacidades en el aprendizaje y desarrollo, señaló.

Este último año fue el primero de Kenlyn Newman como directora del Adams Youth Services Center en Brighton. Su equipo de siete integrantes enseñó en persona durante toda la pandemia, aunque el resto del distrito escolar (las Escuelas 27J, que también administran el programa educativo de Adams) ofreció clases totalmente virtuales. Adams cambió al aprendizaje a distancia dos veces por casos de COVID-19; debido a los requisitos de distanciamiento social y solo dos salones en el edificio, cada empleado tuvo que enseñar desde casa un día a la semana. (Se van a cambiar a un edificio más grande este mes.)

“Pudimos enseñar usando un televisor”, Newman dijo refiriéndose a esas situaciones. “Tuvimos que hacer modificaciones y probablemente no fue tan maravilloso como había sido en años anteriores debido a esas modificaciones, pero no creo que se considere una gran interrupción”.

Spring Creek, por su lado, estuvo ofreciendo toda su enseñanza con paquetes de materiales impresos la mayor parte del año. Y en Mount View, bajo la supervisión de las Escuelas Públicas de Jeffco, los estudiantes hicieron la transición total al aprendizaje virtual en mayo con los maestros dependiendo de las videoconferencias. Cuando todo el centro de Mount View se puso en cuarentena a finales del año pasado, cualquier tarea que se enviaba a los maestros tenía que quedarse en una bolsa de plástico por una semana antes que se permitiera a los maestros tocarla.

“Creo que todos hicimos lo mejor posible con la información que teníamos”, dijo Christopher Lee, doctor en Educación y director de Mount View. La escuela cambió de nuevo a un horario modificado presencial el 1º de febrero de este año, y el personal inmediamente notó el entusiasmo de los estudiantes.

“La mayoría de los niños extrañaron las interacciones con personas”, Lee dijo. “Los niños que quizás antes tenían problemas de comportamiento realmente no están demostrando muchos de esos problemas. Están interesados; están participando; están haciendo preguntas que quizás antes no hacían”.

Zwiebel no tiene una perspectiva tan positiva. “La experiencia para mis clientes y los clientes de mis colegas en DYS y YOS [durante el año pasado] puede resumirse en una palabra: traumatizante”, dijo. “Eliminan toda interacción humana, eliminan la educación, estás encerrado en un centro… Creo que, para muchos de mis clientes, sus discapacidades de salud mental empeoraron. Para muchos que antes no tenían problemas como de depresión y ansiedad, ciertamente los desarrollaron”.

Anna ha visto algunas mejoras en su hijo desde que le permitieron tener acceso al jardín externo en el YOS y la escuela reinició: “Estoy empezando a escuchar la diferencia [en su voz] ahora”, dijo. Sin embargo, también está segura de que el bienestar de su hijo se verá afectado por mucho tiempo más.

“Fue una época muy difícil para cualquier persona que estuvo ahí. Fue bastante mala para nosotros aquí afuera, así que ahí, todo se agravó por no saber, por estar atrapado en tu cuarto, el aburrimiento absoluto”, dijo. “Tendrá un efecto. No sé qué tan grave será el impacto; solo el tiempo dirá”.

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Traducido por Alejandra X. Castañeda

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