Es principio del otoño en Grand Junction, y todos los ojos en una habitación oscura miran fijamente un diminuto televisor antiguo, en el que el personaje principal de la “Dra. Quinn, mujer de medicina” está luchando con un magnate minero adinerado que contaminó el agua de un pueblo del oeste con mercurio.
Las mujeres en esta habitación hacen comentarios y critican la personalidad animada de la doctora ficticia. Su habilidad de superar todos los obstáculos las inspira. Pero se quejan un poco de que este programa es el único que pueden ver porque las opciones de canales son pocas. Si pudieran elegir, todas las miradas estarían clavadas en “Las chicas de oro.”
Sin embargo, “Las chicas de oro” no solo es el nombre de su programa favorito de TV; también es el nombre del albergue inaugurado hace dos años para mujeres mayores donde viven actualmente. El Centro Joseph, una organización sin fines de lucro en Grand Junction, creó el albergue Chicas de Oro. Por años, esta organización ha estado proporcionando comida, asistencia médica y otros servicios de apoyo para mujeres con hijos que están enfrentando la falta de vivienda.
Las mujeres que viven aquí dicen que se identifican con los personajes ficticios de “Las chicas de oro”. Mientras se preparan para ir al edificio vecino para almorzar en el Centro Joseph, algunas de ella señalan en los carteles de “Las chicas de oro” quién se imaginan que serían si fueran uno de los personajes: ¿Blanche, Rose, Dorothy o Sophia?
“A mí me gusta Blanche. Es muy graciosa”, dice Valerie Azeltine, una viuda muy delgada de 73 años adornada con una brillante colección de anillos y pulseras de joyería de fantasía.
Su compañera de vivienda Shannon Maxwell señala a Rose: “Soy más como ella. La amo”.
Nelda Tecata, otra residente del albergue, entra enérgicamente a la sala y declara que ella es su propio personaje: “una abuela que se escapó de su casa en L.A.” Vino al albergue Chicas de Oro después de que la amenazaran con arrestarla por dormir en una banqueta.
“No me pierdas de vista”, dice, mientras saca una copia de la Constitución de EE. UU. de su mochila. “Voy a postularme como candidata a la presidencia bajo el nombre de Maw Jean”.
Chicas de Oro quizás sea el único albergue residencial que específicamente atiende a mujeres mayores en Colorado. Alexis Witham, directora de comunicaciones para la Coalición para Personas sin Hogar de Colorado, dice que no conoce ningún otro programa como este. La coalición proporciona ayuda similar en sus 20 propiedades y múltiples instalaciones donde ofrece cuidados de salud, pero no tiene un programa específico para este grupo demográfico.
A la directora del Centro Joseph, Mona Highline, se le ocurrió la idea del espacio residencial Chicas de Oro cuando vio una mesa de “pequeñas señoras ancianas” comiendo el almuerzo gratis en el centro. Comparó su camaradería a la de los personajes ficticios de “Las chicas de oro”.
“Estaba preocupada por ellas. Estaban durmiendo en sus automóviles. Tenían miedo de ir a los albergues”, Highline dice.
“Estas eran mujeres que habían tenido algún tipo de trabajo profesional. Habían criado hijos y nietos. Luego, la vida sucedió. Lo perdieron todo y quedaron atrapadas sin un lugar donde ir”.
Highline dice que es obvio para ella que la cantidad de mujeres mayores en las calles está aumentando. Los desalojos, los salarios bajos, el aumento en los precios del alquiler y más hogares con mujeres a la cabeza han aumentado colectivamente el porcentaje de mujeres sin hogar, especialmente en combinación con la muerte de una pareja, tener a una pareja abusiva o sufrir de un enfermedad física o mental, abuso de drogas o alcoholismo. La Coalición para Personas sin Hogar de Colorado actualmente cuenta más de 3,000 mujeres que están viviendo sin hogar en el estado.
En Grand Junction, el espacio del albergue Chicas de Oro se llenó rápidamente después de inaugurarse. Desde entonces, el programa ha atendido a un total de 50 mujeres, con edades entre los 50 y 70 años. Siempre ha tenido una lista de espera.
“La necesidad ha aumentado mucho”, dice Nicki Tarr, directora del albergue.
A finales de otoño, Rachel Snyder logró conseguir una cama en el albergue cuando una se desocupó. “Solía sentirme invisible en las calles. No me siento invisible desde que vine aquí. Estoy muy agradecida por Chicas de Oro”, dijo mientras lágrimas caían por sus mejillas.
Rachel estaciona su camioneta justo afuera del albergue. Su gato, Tinder, se queda en la camioneta, ya que Chicas de Oro no permite mascotas. Rachel sale todas las noches para acariciarlo antes de regresar a su cama en el albergue. Antes de conseguir una cama ahí, Rachel había estado viviendo con su gato en la camioneta por dos años.
Gracias a un subsidio de tres años valuado en $600,000 de la Fundación de Salud de Colorado al Centro Joseph, el albergue Chicas de Oro recientemente se expandió, y agregó una tercera habitación, una cocina, una ducha y un cuarto para lavar ropa. La capacidad se duplicó en un instante de cuatro a ocho mujeres. Ese diminuto y antiguo televisor acaba de reemplazarse con un modelo más nuevo, de pantalla plana, y también hay algunos muebles nuevos.
El programa Chicas de Oro está diseñado para permitir que las mujeres se queden hasta seis meses. Mientras las mujeres están en el albergue, los empleados del Centro Joseph las ayudan a completar documentos para que reciban pagos de Seguro Social, pensiones o manutención, y para solicitar vivienda asequible. Reciben atención médica, terapia, ayuda para encontrar trabajo y cualquier otra cosa que necesiten para obtener algo de estabilidad.
Con frecuencia no es una transición fácil. De las alrededor de 30 mujeres que han pasado por el programa Chicas de Oro, cerca de una docena encontraron apartamentos o se fueron a vivir con parientes. Algunas regresaron a vivir a las calles.
“Estamos tratando de mantenerlas fuera de las calles. No es seguro para ellas ahí”, Tarr dice, hablando desde su diminuta oficina sin ventanas donde su escritorio está cubierto de notas adhesivas con pendientes y decorado con figurillas pintadas por mujeres agradecidas que viven en el espacio residencial vecino.
Tarr revisa un cajón repleto de sobres de papel manila, cada uno con la historia resumida de una mujer que no tiene vivienda.
Un sobre cuenta la historia de una mujer con diabetes que tuvo que amputarse la pierna. Regresó a su hogar del hospital para encontrar sus pertenencias en la calle frente a su apartamento alquilado.
Otro incluye los detalles de una mujer de 83 años a quien la echaron de su hogar porque sus parientes le habían estado sacando en secreto todo el dinero de su cuenta bancaria en lugar de pagar sus facturas.
Otra mujer estaba viviendo en un hotel con su hijo abusivo y tuvo que irse cuando el abuso se volvió intolerable.
Una mujer con leucemia no pudo pagar por un lugar para vivir después de que usó sus pocos ahorros para cubrir los costos de la atención médica.
Algunas de las mujeres que vienen al albergue Chicas de Oro han vivido en campamentos junto al río. Algunas se han quedado en sus vehículos. Varias han estado en albergues donde pueden dormir por la noche pero en los que no pueden quedarse durante el día.
Tarr reconoce que el albergue Chicas de Oro solo puede cubrir por muy poco una gran necesidad. En el Condado de Mesa, hay una lista de espera de tres años para obtener vivienda subsidiada. “Los alquileres asequibles—eso no existe”, Tarr dice.
Detrás de la puerta que, por razones de protección y seguridad, se mantiene siempre bajo llave y con un cartel que dice “No se permite la entrada”, las mujeres que actualmente tienen su hogar en el albergue están viviendo en espacios estrechos a veces simbióticos, a veces delicados. El acoso y las peleas físicas, aunque poco comunes, son causa de expulsión. (A una de las mujeres entrevistadas para esta historia a principios de septiembre le pidieron que se fuera del albergue más o menos un mes después, debido a comportamientos perjudiciales repetidos. Ahora está viviendo nuevamente en las calles.)
“No creo que seis mujeres puedan vivir juntas y no pelearse un poco”, Shannon Maxwell dice. “Pero tratamos de no contestar cuando estamos enojadas. Somos buenas para reírnos mucho”.
Valerie Azeltine dice que pasó un mes viviendo en un hotel después de que su hija la trajo a Grand Junction y luego se fue de la ciudad. En el Centro Joseph, ha estado recibiendo atención por problemas médicos, algo a lo que no tenía acceso antes de llegar aquí.
“Espero conseguir un lugar pronto”, dice en voz baja.
Maxwell ha estado viviendo en las Chicas de Oro desde Navidad, después de dejar a su pareja abusiva y vivir en las calles. Dice que se había estado quedando en un albergue nocturno, y regresó una noche para encontrar que la había dejado afuera, con la puerta cerrada. El albergue repentinamente se puso en cuarentena debido a COVID-19, y Maxwell terminó pasando la noche en una tienda de campaña.
“Hacía frío”, es lo que más recuerda sobre su experiencia.
Maxwell usa un andador ortopédico como silla de ruedas debido a artritis reumatoidea que le causa dificultades para caminar.
“No sé qué haría sin este lugar”, dice la excocinera escolar. “Me ha ayudado mucho. Puedo ver a una consejera”.
Ona Ridgway, una enfermera psiquiátrica practicante que trabaja con muchas de las residentes en el albergue a través de la Clínica Pathways Family Wellness en Grand Junction, dice que muchas de las mujeres se sienten empoderadas solo con que alguien escuche sus problemas. Ella y su equipo de estudiantes de enfermería de la Universidad de Mesa Colorado ven a las residentes del albergue cada semana para escuchar las inquietudes de las residentes y examinar sus problemas físicos que usualmente incluyen condiciones pulmonares relacionadas con el tabaco, diabetes, abuso de sustancias, enfermedades cardíacas e hipertensión.
El año pasado, Ridgway proporcionó atención a 124 personas sin vivienda mayores de 50 años en Pathways. Cuarenta y seis de esas personas eran mujeres. Hasta ahora este año, 97 personas sin vivienda han buscado ayuda, y 43 de ellas han sido mujeres mayores de 50 años.
El conteo anual en un momento dado que la Coalición para Personas sin Hogar de Colorado realizó en enero de 2022 encontró a 74 mujeres que estaban quedándose esa noche en albergues o viviendas de transición en el Condado de Mesa. Ese es el 35 por ciento de la cantidad total para el condado. De los 54 condados encuestados a principios de este año para ese estudio, el Condado de Mesa tenía el porcentaje más alto en general en todo el estado.
Estas cantidades se hacen patentes en un parque de Grand Junction en un reciente día de otoño, donde las personas sin vivienda descansan sobre el pasto con sus pertenencias amontonadas junto a ellas.
Pamela Boyd es una de estas personas. Tiene una camioneta. Ha estado viviendo en las calles o afuera de su camioneta durante los últimos dos años, con una breve estadía en el albergue Chicas de Oro mientras se recuperaba de una cirugía en el hombro.
Dice que el programa de las Chicas de Oro no era para ella: “He sido una [persona] solitaria la mayor parte de mi vida y no me podía escapar de las otras mujeres ahí”.
Su vehículo está estacionado junto a otra camioneta que le pertenece a la madre de Tarr, Cindy Steele. Stewart trabaja en un programa llamado Solidaridad no caridad. Steele da vueltas por los parques y campamentos para distribuir comida, pañales para adultos y Narcan para tratar las sobredosis por drogas.
“Soy lo que llaman ‘botas en el terreno’”, Steele dice.
Steele dice que hay campamentos femeninos junto al río donde grupos de solo mujeres se juntan para protegerse. Sabe dónde suelen quedarse las mujeres y se mantiene al tanto para ayudar a su hija. Les cuenta a las mujeres sobre las Chicas de Oro, aunque también sabe que nunca convencerá a algunas para que ingresen a un programa como ese.
“A esas [mujeres] las llamamos ‘de por vida’. No se las puede contener adentro de cuatro paredes. Solo quieren vivir al aire libre”, dice.
Boyd dice que eso la describe. Recuerda con anhelo cuando vivió junto al río Colorado cultivando fresas y papas. Se siente orgullosa de su autosuficiencia.
Solo hay un par de cosas que extraña de la vida en un albergue: “Me gustaría un horno para poder hornear un pequeño pastel de vez en cuando”, dice.
Este día, no hay pastel, pero alrededor de 75 personas vienen al parque para comer hot dogs y hamburguesas. Un tercio de ellas son mujeres. Una de ellas es Francis, de 61 años, quien no ha tenido una vivienda desde que su madre murió. La casa de la familia se vendió y la herencia restante se dividió entre ocho hijos. La parte de Francis no fue suficiente para alquilar otro lugar.
Dice que iría a vivir al albergue Chicas de Oro, pero tiene un hijo discapacitado, dos nietos y dos perros que viven con ella en su vehículo. “Si tuviera la oportunidad de [obtener] vivienda, la aprovecharía”, dice.
Highline dice que algunas de las mujeres que han vivido en el albergue y luego se fueron mantienen algunas conexiones con el lugar, ya sea porque regresan para comer o para recibir otros servicios de apoyo. Algunas regresan porque extrañan a sus amigas. En un día inusualmente cálido para la época en noviembre, dos exresidentes del albergue, ahora con sus propios apartamentos, estaban de regreso en Chicas de Oro, tomando café y recordando con nostalgia. Ambas admitieron sentirse solas en su nueva vivienda, y regresan con frecuencia al albergue para visitar y reconectar.
Azeltine quizás sea una de ellas si logra encontrar un lugar para vivir. Dice que le gustaría tener un lugar asequible propio, pero reconoce que tendrá un aspecto negativo para ella.
“Extrañaré a las Chicas de Oro”, dice. “Tengo buenas amigas aquí”.
Traducido por Alejandra X. Castañeda