Una publicación de The Colorado Trust
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José Saéz sentado en un área de descanso junto a la carretera cerca de Glenwood Springs. Cuando estuvo sin techo, Saéz dormía en su automóvil por las noches en esta área de descanso. Fotografía de Luna Anna Archey

Vivienda

En un valle de Colorado, encontrar refugio es cada vez más difícil

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José Saéz no titubeó cuando un amigo lo llamó para ofrecerle un trabajo en una compañía de aires acondicionados en Glenwood Springs, Colorado. Estaba acostumbrado a mudarse. Su padre había estado en las fuerzas armadas y, durante su niñez, Saéz vivió por todas partes: Alemania, Nueva York, Delaware, Texas. En ese momento se encontraba en el oeste de Massachusetts y no le gustaba. En el oeste del país, con sus montañas y espacios abiertos, vio una oportunidad de empezar de nuevo.

“Por supuesto”, le dijo a su amigo. “Voy en camino”.

Hace siete años, Saéz, quien ahora tiene 53 años de edad, llegó a Glenwood Springs, un pueblo con 10,000 habitantes ubicado en la confluencia de dos ríos en un angosto valle montañoso. Le gustó lo tranquilas que eran las personas, no como en la costa este. Le recordó a Puerto Rico, donde nació, pero con nieve.

Sin embargo, los problemas de adicción que habían perseguido a Saéz durante toda su vida adulta todavía lo seguían acompañando y, después de un tiempo, sintió perder el control de su vida. La sociedad empresarial que tenía se deshizo, y los amigos con los que había estado viviendo se fueron, dejándolo sin un lugar para alquilar. Solo, compró un viejo Honda Accord por $300, el último dinero que le quedaba, para vivir en él.

Por las noches, Saéz estacionaba su automóvil en un cañón en las afueras del pueblo, donde el frío se filtraba por la ventana rota y no le permitía dormir. Estaba bebiendo y usando metanfetamina, intentado atenuar el aislamiento y dolor que sentía. Una noche en 2017, mientras estaba estacionado en un área de descanso, vio a una mujer tirar una bolsa que todavía tenía comida de McDonald’s. No había comido nada en todo el día y, tan pronto la mujer se fue manejando, Saéz sacó los restos de la basura.

Esa noche, Saéz planeó matarse. Había estado sin hogar por un año y medio.

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De lejos, Glenwood Springs y los otros pueblos en el Valle de Roaring Fork parecen un paraíso. Pero existe una discordancia central en las comunidades montañosas idealizadas de Colorado, una que Saéz conoce bien: mientras más alto llegues, mucho más te caerás.

Empieza con la vivienda—o mejor dicho, la falta de ella—una crisis que se filtra en casi todos los aspectos de la vida en estas montañas. Las dificultades para encontrar una vivienda empezaron mucho antes de la pandemia, cuando los precios del alquiler y venta de bienes raíces empezaron a aumentar mucho más rápido que los salarios locales. Airbnbs y VRBOs llegaron, lo cual permitió que dueños de segundas casas ganaran mucho más dinero alquilándoselas a los turistas que a la gente que vivía y trabajaba ahí. Cada vez se fue haciendo más y más difícil para el trabajador promedio encontrar un lugar económico para alquilar o comprar.

Luego llegó la pandemia de COVID-19. Los trabajadores en la ciudad se liberaron de la oficina y se mudaron a los pueblos montañosos de Colorado, poniendo aún más presión en un mercado inmobiliario ya comprimido. Entre 2019 y 2020, el precio medio de las viviendas unifamiliares se disparó en el Valle de Roaring Fork, el cual incluye varias comunidades en las 40 millas entre Aspen y Glenwood Springs. En Aspen, el aumento fue del 53 por ciento (en precios ya impresionantemente altos), mientras que abajo del valle, en Carbondale, fue del 28 por ciento. Los alquileres también aumentaron, entre el 20 y 40 por ciento en los pueblos con centros de esquí de Colorado, según un informe regional del gobierno publicado en junio de 2021. El número de viviendas tanto en venta como en alquiler bajó rápidamente.

Personas que participaron en una encuesta comunitaria de salud mental en 2021 en el Condado de Pitkin, el cual, junto con los condados de Eagle y Garfield, es uno de los tres que abarcan el Valle de Roaring Fork, dijo que la inseguridad de la vivienda era el principal factor estresante, empeorando otros desafíos de salud mental como la depresión y el abuso de sustancias.

Ese efecto ha resultado en un fenómeno que a veces se conoce como la “paradoja del paraíso” en el Valle de Roaring Fork y otras regiones turísticas de Colorado y pueblos como Telluride. Estas comunidades forman parte de una constelación de lugares (la mayoría de ellos en el oeste intermontañoso) que frecuentemente figura en las listas de “los mejores lugares para vivir”, a la vez que cuenta con uno de los índices de suicidio más alto en el país.

La crisis inmobiliaria de la región, junto con sus problemas prevalentes de salud mental, ha causado un aumento en la cantidad de personas sin hogar en muchas de las comunidades más pintorescas y pudientes de Colorado. Según el conteo anual en un punto dado realizado en 2021 por la organización Colorado Coalition for the Homeless, había 60 personas viviendo sin techo en el Condado de Pitkin, más del doble de la cantidad (27) en 2017. Este condado incluye el centro turístico de Aspen, con una población de 7,000. Sin embargo, el informe advierte que, ya que el conteo ocurrió durante la pandemia, las cifras “deben considerarse como una subrepresentación de la falta de vivienda”.

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Hasta hace poco, organizaciones religiosas locales con presupuestos bajos frecuentemente eran las únicas proveedoras de servicios para personas sin hogar en comunidades rurales, al ofrecer comida gratis y a veces refugio temporal durante la temporada invernal, pero poco más. En 2019, conforme el mercado inmobiliario empeoró y la falta de vivienda aumentó, los funcionarios públicos en el Valle de Roaring Fork empezaron a pensar en cómo abordar más seriamente el problema.

Al mismo tiempo, Built for Zero, una iniciativa nacional que está trabajando para acabar con la falta de hogar, lanzó una colaboración con la División de Vivienda de Colorado (en el Departamento de Asuntos Locales) y varios condados rurales, incluidos Eagle, Garfield y Pitkin. Con $500,000 en fondos de Kaiser Permanente, el plan de salud no lucrativo más grande en el estado, el objetivo de Built for Zero fue ayudar a las comunidades locales para que desarrollaran planes personalizados que abordaran la falta de hogar en su parte del estado.

Built for Zero hace declaraciones audaces; principalmente, que la falta de hogar se puede resolver. Historias de éxito respaldan mayormente sus declaraciones. A nivel nacional, 14 comunidades en las que Built for Zero trabaja, incluida una en Colorado, lograron llegar a un “cero funcional” en la falta de vivienda para una población específica. Hace un año, el Condado de Fremont en la zona central-sur de Colorado se convirtió en la primera comunidad en el estado en llegar a un cero funcional entre los veteranos de las fuerzas armadas.

Pero en los poblados costosos del Valle de Roaring Fork, donde la vivienda asequible—y en realidad, cualquier tipo de vivienda—cada vez hace más falta: ¿puede funcionar el modelo de Built for Zero?

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Saéz recuerda el día hace cinco años cuando su vida cambió.

La noche después de su experiencia en el área de descanso, fue a una iglesia donde había escuchado que servían comida para las personas sin techo. Pero en lugar de acabar con su vida, Saéz se emocionó por la amabilidad que encontró ahí. Inspirado por su nueva fe en Dios, dejó de beber y empezó a trabajar en un centro de desintoxicación en Aspen. Después de un tiempo, estableció relaciones cercanas con algunos oficiales de seguridad pública, y uno de ellos le contó sobre un trabajo en el Condado de Pitkin con una organización que proporciona tratamiento para la salud mental en el Valle de Roaring Fork. Hace seis meses, aceptó un puesto en Glenwood Springs como trabajador de alcance comunitario en las calles.

Aunque Saéz había dejado de beber y tenía trabajo, igual enfrentó dificultades. Los precios de la vivienda eran tan altos que apenas podía pagar para vivir solo; como muchas personas con ingresos más bajos en el valle, tuvo que alejarse hacia el oeste donde la vivienda es más barata. Saéz terminó viviendo en Silt, a 60 millas de Aspen, pero su alquiler siguió aumentando. Terminó por alquilar con un amigo en New Castle, a 15 millas de Glenwood Springs; sin ese amigo, no cree haber podido lograrlo.

Saéz cree que la falta de vivienda asequible en el Valle de Roaring Fork es el obstáculo más grande para que otras personas dejen de vivir en la calle. La mañana en que nos reunimos, había recibido una llamada de una familia local con dos niños que no tenían vivienda y estaban viviendo en su automóvil. Había recursos para ayudarlos a encontrar refugio temporal y comida, pero Saéz estaba preocupado por sus probabilidades a largo plazo. Alquilar un apartamento promedio de dos recamaras ahora cuesta $1,828 en Glenwood Springs y $2,127 en Carbondale.

“Si agregas el costo de la vivienda a la falta de vivienda…es un desastre”, Saéz me dijo.

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En el otoño de 2018, Debbie Wilde estaba trabajando como directora interina de LIFT-UP, un banco de alimentos que atiende a la comunidad en el Valle de Roaring Fork y otras comunidades cercanas. En una reunión para hablar sobre cómo financiar los servicios para personas sin techo, escuchó a algunos funcionarios del Condado de Garfield expresar su oposición a la iniciativa, ya que pensaban que atraería a más personas sin vivienda.

“Fue como: ‘Si lo construyes, vendrán’”, Wilde recordó, y atribuye esta actitud a la manera de pensar en las comunidades rurales: “levántate por tus propias trabillas [de zapatos]”.

Pero conforme la crisis en la vivienda empeoró en el Valle de Roaring Fork, la oposición de los funcionarios del condado se convirtió en apoyo, Wilde dijo. En 2019, Glenwood Springs contrató a Wilde para ayudarlos a entender mejor la falta de hogar en el valle y lo que la ciudad podía hacer al respecto.

Cuando Built for Zero se apareció unos meses después, empezó a implementar su método para reducir, y finalmente resolver, la falta de hogar. El método se basa en dos elementos centrales: la coordinación entre los proveedores de servicios y las agencias locales, y la recolección de datos confiables en tiempo real. Trabajando a través de West Mountain Regional Health Alliance, una organización regional no lucrativa dedicada a los cuidados de salud, Built for Zero empezó a reunir mejores datos locales mediante trabajadores comunitarios como Saéz.

La mayoría de las agencias y organizaciones usan un conteo anual en un punto dado para evaluar el alcance de la falta de techo en una comunidad en particular. Pero la cantidad no es muy confiable ni útil porque excluye a muchas personas, dijo Melanie Dickerson, líder de obras con Built for Zero para el cambio a gran escala. En cambio, Built for Zero ayuda a las comunidades para que desarrollen una “lista por nombre”, la cual incluye a cada persona que está sin techo en una comunidad, junto con los factores que contribuyen a su situación, como el abuso de sustancias, la falta de una identificación emitida por el gobierno (un problema común) o un historial de interacciones con el sistema judicial. Usando la información reunida y compartida con su consentimiento, cada persona en la lista tiene un expediente que incluye su nombre, su historial con la falta de techo, y sus necesidades de salud y vivienda.

“Mientras más datos tengas sobre alguien, más podrás conectarlos con los servicios apropiados, ya sea que lo ayudes a completar solicitudes de vivienda [u] obtener acceso a un refugio de emergencia”, dijo Michelle Skagen, coordinadora de Built for Zero en el Valle de Roaring Fork.

El Condado de Garfield empezó a emplear a trabajadores de alcance comunitario en el otoño de 2021. Este mes de febrero, agregó 50 personas a la lista por nombre de quienes están viviendo activamente sin un hogar en el condado, con un conteo total en el valle de 214 personas; si se incluyen familias, la cantidad aumenta a 250. (Estas cifras son mucho mayores que las 70 personas sin hogar identificadas en los condados de Pitkin y Garfield a través del conteo en un punto dado en 2021.) Esas cantidades probablemente aumentarán en los próximos meses conforme los trabajadores comunitarios identifiquen a más personas. Las discapacidades físicas y mentales y las condiciones crónicas de salud figuraron entre los problemas más importantes que la gente compartió como factores contribuyentes a su falta de hogar.

En la actualidad, el Valle de Roaring Fork no cuenta con vivienda permanente de apoyo, la cual combina vivienda asequible con servicios de apoyo para abordar las necesidades de las personas que han estado crónicamente sin vivienda (es decir, aquellas que no han tenido techo durante por lo menos un año, o repetidamente, mientras sufren de condiciones discapacitantes como una enfermedad mental o problemas de adicción). Estos servicios están diseñados para fortalecer las habilidades de vida independiente y conectar a las personas con recursos locales de atención médica, tratamiento y empleo.

En años recientes, líderes locales han hablado sobre la importancia de construir un centro con vivienda de apoyo, Skagen señaló, pero encontrar un sitio adecuado a un precio adecuado ha sido un desafío.

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Cuando Leslie Venegas, una especialista compañera de 36 años de edad que trabaja en el mismo programa de alcance comunitario que Saéz, llegó a vivir al Valle de Roaring Fork hace siete años, se podía encontrar un apartamento de dos recámaras a $1,100 bajando el valle. Ahora, es un desafío alquilar una habitación en una casa por menos de $800, dijo, y los precios siguen aumentando. Desde que empezó su trabajo comunitario hace siete meses, Venegas ahora cree que la población sin hogar en el valle es más numerosa de lo que cualquiera pensaba.

“No solo son las personas que viven en la calle; es mucho más de lo que se ve”, dijo. Son todas las personas que viven en su vehículos o casas rodantes, sin agua potable ni calefacción; son las personas que duermen temporalmente en los sofás de amigos o desconocidos.

Para Venegas, la ubicación rural del Valle de Roaring Fork, además de su mercado inmobiliario costoso y con poca disponibilidad, causa que sea más difícil abordar la falta de hogar que en una ciudad. Por un tiempo, ella vivió sin techo en Albuquerque, Nuevo México, pero a diferencia del valle, existían mucho más recursos como refugios permanentes y más vivienda subvencionada.

Venegas ha tenido clientes a quienes ayudó a obtener subvenciones de vivienda para luego descubrir que no podían encontrar un apartamento porque simplemente no había ninguno disponible. “Es tan frustrante”, dijo. “Muchos de nosotros estamos tratando de ayudar con esta situación, pero realmente es muy difícil en este mercado”. Sin embargo, Venegas está de acuerdo con el argumento de Built for Zero: “Si quieres una solución, existe una solución”.

Para Saéz, gran parte del progreso hasta ahora se ha visto limitado a soluciones a corto plazo. “Creo que lo que estamos haciendo es maravilloso; estamos ayudando a la gente para que no viva en la calle y usando muchos dólares para mantenerlas bajo techo en el mal tiempo”, dijo. “Pero en tres, cuatro, seis meses más, ¿empezaremos de cero con estas personas porque ya no tenemos vivienda?”

A largo plazo, Wilde, quien ahora trabaja como facilitadora de proyectos especiales para la ciudad de Glenwood Springs, cree que las comunidades y regiones rurales costosas como el Valle de Roaring Fork tendrán que ser más creativas para resolver sus problemas de vivienda. Por ejemplo, tendrán que cambiar las leyes de zonificación o considerar desarrollos con viviendas diminutas. Además, un aspecto crucial, será no depender siempre del mercado para fijar los precios de la vivienda.

“La mayoría de la gente está tratando de pagar por una vivienda, quiere pagar por una vivienda, pero está muy fuera de su alcance”, dijo.

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Hace poco, Saéz trabajó con un hombre de veintitantos años que había llegado al valle de Roaring Fork para trabajar en el centro de esquí en Aspen. Cuando el centro cerró en abril, el trabajo del hombre se acabó junto con la vivienda que recibía como empleado, así que empezó a vivir en su camioneta.

Dos días después, su camioneta se descompuso y se la llevó una grúa. Sin dinero para cubrir los gastos de reparación ni para comprar un vehículo nuevo, el hombre se quedó no solo sin techo, sino también sin transporte.

Saéz se topa mucho con este tipo de historias. “Es esa mentalidad de, ‘está bien que vengas aquí y te mates trabajando, pero no está bien que vengas aquí y vivas en mi comunidad’”, dijo.

Para Saéz, resolver la falta de hogar significa construir una comunidad más incluyente, no el pueblo montañoso idealizado que aparece en las revistas lustrosas. En su iglesia, encontró a gente que lo ayudó a sentir que pertenecía. “Es lo que muchas personas sin hogar necesitan”, dijo. “Sentir que eres un individuo, un ser humano”.

Al fin y al cabo, Saéz cree que fue una comunidad quien lo salvó: sentirse apoyado cuando estaba enfrentando desafíos; que lo querían y necesitaban. Fue el sentimiento de que pertenecía.

Traducido por Alejandra X. Castañeda

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