Durante un día fresco este otoño, Ignacio Alvarado esperó a que dos pastores de ovejas regresaran a su campamento en la ladera de las colinas en Craig, en la zona noroeste de Colorado.
“¡Esta era mi casa rodante!” exclamó, asomándose a uno de los diminutos remolques.
Alvarado había trabajado como pastor en los años 90, y ahora trabaja para el Proyecto de Asuntos Hispanos (HAP, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que trabaja a favor de los derechos de los inmigrantes (y un beneficiario de The Colorado Trust) promoviendo mejores salarios y condiciones laborales para los pastores.
El trabajo de Alvarado consiste en visitar a los pastores de ovejas, escuchar sus historias, proporcionar provisiones como comida, de ser necesario, y hacerles saber cuáles son sus derechos. Antes de trabajar en HAP, él hizo este trabajo como voluntario por muchos años y luego para la organización Colorado Legal Services.
Muchos de los pastores de ovejas todavía viven en casas rodantes que se han utilizado por décadas, con suficiente espacio para estirarse al dormir, una estufa para quemar madera y poco más. Algunas tienen una letrina cercana. Muchas, no.
Habíamos estado manejando por horas a través de un laberinto de caminos empedrados en las colinas alrededor de Craig; una vez, nos acercamos a un campamento y luego nos alejamos rápidamente en el automóvil cuando Alvarado vio la camioneta de un ganadero. Alvarado dice que ganaderos lo han amenazado de muerte. Estos fueron los primeros pastores que encontramos, y era casi el final del día, cuando las últimas hojas amarillas de los álamos parecían estar encendidas desde dentro.
Los pastores de ovejas se acercaron montando a caballo, con sus perros border collie trotando a su lado. Cuando se desmontaron, los párpados de los caballos cayeron desvanecidos y los perros, apilados, se tiraron a descansar. Se levantó un viento fresco y empezó a llover. De repente, se sintió frío.
Cada año, la esperanza de ganar dinero para sus familias, y un sistema de reclutamiento activo implementado por los ganaderos, atrae a hombres, la mayoría de Sudamérica, para pastorear ovejas. Casi ningún estadounidense se ofrece para el trabajo. Ricardo Perez, el director ejecutivo de HAP, dice que hay entre 1,450 y 1,600 trabajadores de pastura con visas H-2A especiales designadas para personas extranjeras que trabajan con ganado en Estados Unidos, y alrededor de 300 están en Colorado. Muchas más están trabajando aquí sin visa, dice Perez.
Por años, el salario se mantuvo constante a $750 mensuales, muy por debajo del salario mínimo; una designación federal especial creó la excepción específicamente para este grupo de trabajadores con visas H-2A.
Entonces, hace un año, después de una dura batalla en la que Alvarado y otros defensores salieron victoriosos, el Departamento de Trabajo de EE.UU. aumentó el salario base de los pastores de ovejas. Al principio, el departamento propuso establecer un salario base de $2,441 al mes a más tardar en el año 2020, pero luego se echó para atrás bajo la intensa oposición de los ganaderos, quienes se quejaron de que ese aumento en el salario causaría que no pudieran seguir operando.
El aumento que terminó estableciendo el departamento se basa en la idea de que los pastores trabajan 48 horas a la semana, y en que recibirán el salario mínimo federal de $7.25 por hora en 2018. (Cabe mencionar que no reciben el salario mínimo de Colorado, el cual es de $8.23 por hora.) Actualmente, los pastores de ovejas en el estado reciben un salario base de cerca de $1,200 mensuales, un salario que está programado a subir una cantidad pequeña cada año.
Alvarado dice que sigue siendo demasiado poco, y que no se toman en cuenta las horas que realmente se requieren que los pastores trabajen. El nuevo salario más alto termina pagando entre $2 y $3 por hora, según los cálculos de HAP.
“Sí, están en guardia siete días a la semana, 24 horas al día. Las condiciones reales de su trabajo… Yo hubiera sido más conservador que [48 horas] en mis cálculos” de cuántas horas por semana trabajan realmente los pastores de ovejas, replica Lane Jensen, director interino de Western Range Association, un grupo que representa a los ganaderos.
Durante ciertos periodos del año, los pastores trabajan más horas y, durante otros, menos, Jensen explica. También se les proporciona vivienda y comida, agrega.
Jensen dice que el cambio reglamentario reciente afectó negativamente a muchos ganaderos. Tuvieron que anunciar vacantes dentro del país, dice: “Nadie envió una solicitud, así que no hubo suficientes trabajadores y sufrieron por ello”.
HAP metió una demanda contra los departamentos de Trabajo y Seguridad Nacional, alegando que socavan el salario de los pastores de ovejas al crear una fuerza laboral extranjera permanente sin la autorización del Congreso.
La cuestión, en parte, es cómo se establecen las horas de trabajo por semana. Las agencias gubernamentales se basan en “una examinación no auditada de datos proporcionados por el empleador”, alega HAP.
“La industria controla y manipula sus propias normas”, dice Perez, el director ejecutivo de HAP.
Los departamentos, quienes no respondieron a llamadas para obtener sus opiniones, han alegado que tomaron todos los pasos apropiados al establecer la última norma, incluyendo hacer un análisis a fondo de datos sobre salarios y recibir comentarios de todas las partes afectadas.
El salario no es el único problema, agrega Perez. Es la cantidad de control que los empleadores tienen sobre sus empleados. En parte porque las visas de los trabajadores están ligadas al empleador y debido al tipo de trabajo, los empleadores tienen un enorme poder para limitar los movimientos, las asociaciones y las comunicaciones entre los pastores. “Eso es tráfico de personas”, dice Perez, “según la definición tradicional en el diccionario”.
Jensen dice: “Eso me ofende. Si te fijas detenidamente, podrías encontrar a alguien que abusa del programa. Pero yo no diría que encontraría a muchas personas que abusan del programa”.
Jensen agrega que a la industria le conviene autorregularse, y que él alienta a los trabajadores para que presenten sus quejas directamente con su asociación: “Este es un programa necesario para la industria ovejera. Si alguien viola las reglas que podrían poner en peligro el programa, necesitamos encararlo”.
Colorado Legal Services y HAP, con la ayuda de Alvaro y otros, han registrado el testimonio de los pastores de ovejas. Los trabajadores describen cómo se les ha privado de teléfonos celulares y otras formas de comunicarse, prohibido recibir visitas, descontado dinero de su salario por gastos fraudulentos, como por “Medicare” (el cual no cubre a los pastores), o cómo han tenido que literalmente escaparse para recibir cuidados médicos necesarios.
Se han documentado violaciones de salarios en varios ranchos que funcionan en Colorado. (Para ver cuáles, haz una búsqueda sobre Wage and Hour Division, o WHD, en el estado de Colorado con la clave 1124 de NAICS en esta página de datos del Departamento de Trabajo.)
Ex trabajadores de Vermillion Ranch, un racho con base en Wyoming, lo demandaron en 2006 acusándolo de tráfico de personas, crimen organizado y privación ilegal de la libertad. Los trabajadores dijeron que el rancho confiscó sus pasaportes y tarjetas de Seguro Social; retuvo sus salarios; restringió sus movimientos, hasta durante su tiempo libre; y, los obligó a trabajar en tareas no relacionados con el ganado (p.ej. manejando maquinaria pesada, plantando flores). No recibí contestación a mis llamadas a Vermillion Ranch y sus abogados.
A otro rancho, Peroulis & Sons, con base en Craig, se le han hecho demandas repetidamente debido a quejas similares. Los trabajadores describieron tener que caminar por horas para alejarse del rancho y pedir ayuda. Mis esfuerzos para comunicarme con un representante del rancho Peroulis no tuvieron éxito, y un abogado que representa al rancho no respondió a mi llamada.
Ambos casos se resolvieron fuera de la corte sin que los ranchos aceptaran haber hecho algo malo.
Jenifer Rodriguez es la abogada administrativa en Colorado Legal Services, una agencia que ha representado a trabajadores en cinco demandas distintas contra ranchos ovejeros, incluyendo Vermillion y Peroulis. Ella dice que con frecuencia son problemas graves de salud los que llevan a los pastores a arriesgarse presentando una queja contra sus empleadores.
“Sucede frecuentemente, porque tienen tantos accidentes relacionados con su trabajo y dependen tanto de sus empleadores para tener acceso a cuidados médicos”, dice Rodriguez.
“A muchos de ellos se los regresa [a su país de origen]. Algunos de ellos no saben que tienen derecho a recibir compensación para trabajadores y tratamiento”, agrega.
Los que sí reciben tratamiento médico aquí usualmente dependen de sus empleadores para que los lleven a la clínica del doctor. Información crucial, incluyendo por ejemplo el consejo del proveedor médico de que el trabajador debe limitar sus actividades físicas para recuperarse, con frecuencia no se traduce, dice Rodriguez. “Esos hombres salen de ahí y no tienen idea de lo que dijo el doctor”, explica.
Junto con las lesiones relacionadas con el trabajo, Rodriguez dice, los pastores ovejeros usualmente sufren problemas estomacales debido a la baja calidad de la comida que reciben, o por la falta de instalaciones sanitarias. Ella agrega que los doctores a veces no entienden estos síntomas porque no están acostumbrados a tratar enfermedades causadas por estar en contacto con animales y la falta de higiene.
“No creo que los doctores estén haciendo las preguntas correctas”, dice. “[Los pastores están] ayudando con el nacimiento de las ovejas o con el parto de fetos abortados. No pueden lavarse las manos o bañarse. Casi no les dan tiempo para comer. Están comiendo con las mismas manos ensangrentadas con las que trabajan”.
Rodriguez dice que aún después de las demandas judiciales y las nuevas normas, los pastores siguen presentando quejas.
Ya pasaron dos décadas desde que Alvarado trabajó como pastor. Durante sus años pastoreando, dice, hablaba con su familia en Chile solo una vez al año, cerca de la Navidad. Vivía sin compañía humana por meses a la vez. Sin agua, sin inodoro, sin una ducha, sin un lugar para lavar su ropa. Solo una casa rodante de 6 x 10 pies y las obligaciones constantes de su rebaño.
Ahora Alvarado tiene 58 años. Comparte un bungalow con su esposa, Dora, en el hermoso pueblo de Fruita, en la ladera oeste. Su acento chileno ha ido desapareciendo y bromea que habla español con acento mexicano, gracias a Dora y sus compañeros en trabajos para instalar aislamiento térmico y otros grupos de construcción.
Pero el propósito que define su vida sigue siendo su trabajo con los pastores.
“Cuando me fui del rancho, empecé a luchar”, explica Alvarado. “Me puse a pensar que era injusto que hubiéramos venido desde tan lejos para sufrir. Muchos pierden a sus familias, pierden la oportunidad de ver crecer a sus hijos, por tan poco dinero”.
Tom Acker, un profesor de español en Colorado Mesa University, conoció a Alvarado en reuniones de derechos de inmigrantes en Grand Junction hace cerca de 10 años.
En una de esas reuniones, Alvarado preguntó si alguien quería acompañarlo a visitar a los pastores de ovejas. Acker se ofreció como voluntario.
Acker, quien es parte de la mesa directiva de HAP, dijo que no estaba preparado para la sensación de peligro físico que sintió cuando fue en busca de los pastores con Alvarado. Los ganaderos no aprobaban su misión, y los dos juntos continuaron recibiendo el mismo tipo de amenazas que Alvarado había recibido solo, dice Acker.
“Todos tienen armas”, explica Acker.
Los trabajadores con frecuencia no quieren hablar, agrega Acker, por miedo a las repercusiones de sus empleadores: “Lo único que les preocupa es poder mandarle dinero a su familia. Se ponen en una situación de servidumbre por endeudamiento para trabajar aquí arriba. Tienen que ganarse el favor de los ganaderos. Todo es peligroso para ellos”.
Alvarado dice que cuando estaba trabajando como pastor de ovejas, contrajo una enfermedad trasmitida por garrapatas que lo dejó vomitando y con fiebre. Su jefe en ese entonces, Steve Raftopoulos, estaba saliendo del pueblo, pero dijo que su esposa lo podía llevar al hospital, según Alvarado. Ella nunca vino. Cuando finalmente Alvarado llegó al hospital con la ayuda de un amigo, dice que decidió no regresar al rancho.
Raftopoulos dice que eso es mentira.
“[Alvarado] me dejó en medio de la noche. No estaba enfermo. Yo le conseguí su tarjeta de residencia permanente”, dice Raftopoulos. “De hecho, me dejó debiéndome $4,000. Conseguí un abogado y embargué su sueldo”.
Raftopoulos continúa: “Nunca desalenté a mis hombres para que tuvieran visitas o para que hablaran con otros hombres. Les dejo ir al pueblo, avisándome para que pueda tener a alguien ahí. Les permito ir al pueblo por un día. Ni siquiera lo descuento de su pago”.
Raftopoulos dice que las noticias y videos alegando que existe un abuso generalizado de los pastores de ovejas son falsos, y agrega que los críticos no entienden el costo de criar ovejas. Él no ha obtenido ganancias en dos o tres años, dice, mientras que sus trabajadores están ganando tanto como un profesor o abogado ganaría en sus países de origen, casi sin gastar nada para vivir.
“Las operaciones ganaderas en el oeste, estas operaciones migratorias, no puedes apagar el switch y permitir que la gente se vaya a su casa los sábados y domingos”, dice. “Es 24 horas al día, siete días a la semana, y los hombres lo saben.
“Conocen el trabajo, Saben que es 24/7. Tienes que cuidar a los animales. Cuando vienen aquí, saben que ese es el trabajo. No es que vengan a ciegas”.
Los hombres que nos encontramos a las afueras de Craig actuaron con rigidez, con cautela. Sus condiciones estaban bien. Su salario estaba bien. Les han pagado a tiempo. No querían que se les tomara una foto. No querían hablar.
Alvarado empezó a hablar sobre su trabajo y sus experiencias como pastor. Los hombres se relajaron visiblemente.
“Ustedes son esclavos”, dijo Alvarado, y los tres hombres se rieron.
“¿Ven a esos perros?” se unió uno de los pastores. “Puedes llevarlos a donde quieras. A las montañas, al desierto. Se acostumbrarán”.
“Pero nosotros no somos perros. Somos seres humanos”.
Un hombre aceptó hablar conmigo, con la condición de que no usara su nombre o lo identificara de alguna forma. Parte del problema, dijo, era la situación en Perú, el país del que vienen actualmente él y la mayoría de los pastores. Aunque el país latinoamericano es rico en recursos naturales, como cobre y plata, la pobreza profunda sigue estando arraigada en las áreas rurales, mientras que la corrupción es endémica. No pudo encontrar trabajo ahí, así que firmó un contrato de tres años para trabajar pastoreando ovejas.
El periodo de tiempo lejos de su familia, dijo, era la parte más difícil de trabajar como pastor aquí. Sí, hacía un frío brutal en el invierno y un calor terrible en el verano; el clima de Perú era más templado. También le preocupaba saber quién pagaría por los gastos médicos si se enfermaba; la compensación para trabajadores pagaría por una lesión sufrida en el trabajo, pero no él no tenía seguro médico para cubrir otras enfermedades.
Todas estas preocupaciones no tenían nada de importancia en comparación con una: ¿Lo reconocerán sus hijos cuando regrese?
“El día más feliz será cuando me reúna con mi familia”, dijo. Tenía la esperanza de que su hijo pudiera estudiar, y algún día vivir en una ciudad de Estados Unidos o en otro lugar. “Eso es lo que espero”, concluyó.