Tres estudios diferentes publicados en los últimos 18 meses encontraron que los niños que viven en o por debajo del nivel federal de la pobreza corrían riesgo de tener niveles reducidos de materia gris cerebral, conectividad de las neuronas y otros indicadores de salud neurológica. Se piensa que estos cambios hacen que los niños y adolescentes sufran un riesgo mayor de tener problemas de comportamiento, dificultades para aprender y depresión.
Mientras que estos resultados son preocupantes, los investigadores que llevaron a cabo estos estudios pioneros dicen que también ofrecen maneras de superar estos desafíos.
“El cerebro en desarrollo es maleable, por lo que todo hace creer que, al cambiar las experiencias de los niños, podemos cambiar para mejor el desarrollo cerebral y sus vidas”, dice Kimberly Noble, MD, PhD. Noble, una profesora de neurociencia y educación en Columbia University, y la investigadora principal de un estudio sobre los ingresos familiares, la educación de los padres y la estructura cerebral en niños y adolescentes.
Uno de cada cinco niños a nivel nacional, y en Colorado, viven en la pobreza. Aunque la Oficina del Censo de los Estados Unidos publicó en un informe del 13 de septiembre que el país había visto la mayor reducción en el porcentaje de la pobreza desde 1999, incluyendo entre los niños, la pobreza infantil sigue constituyendo un problema importante de salud pública.
En el estado, los niños de color se ven afectados de manera desigual por la pobreza. La probabilidad de que los niños negros e hispanos en Colorado vivan en la pobreza es tres veces mayor que la de los niños blancos.
La intersección entre la ciencia y la preocupación social
Se conocen bien los efectos negativos de la pobreza en la salud física y mental y el éxito escolar. Ahora la ciencia nos está ayudando a entender las razones.
Noble y sus colegas estudiaron a 1,099 individuos entre 3 y 20 años de edad. Encontraron que los niños de familias con ingresos anuales totales de menos de $25,000 tenían 6 por ciento menos superficie cerebral dedicada al lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas que los niños cuyas familias ganaban más de $150,000. Los investigadores encontraron diferencias no solo en las áreas del cerebro “dedicadas a implementar la mayoría de las habilidades cognitivas”, dice Noble, pero también en todo el cerebro. Conforme aumentaban los ingresos familiares también lo hacía la superficie cerebral de aquellos niños que vivían en las familias con los ingresos más bajos.
Seth Pollack, PhD, es profesor de sicología en la Universidad de Wisconsin-Madison e investigador líder, junto con colegas de la Universidad de Michigan y Duke University, en un estudio que obtuvo resultados similares a los del equipo de Noble.
El equipo de Pollack analizó encefalogramas de 389 individuos entre 4 y 22 años de edad. Su informe describió que el volumen de materia gris era entre 3 y 4 por ciento menor en los niños que vivían justo por arriba del nivel federal de la pobreza. El volumen de la materia gris era aún menor, entre el 8 y 10 por ciento por debajo de lo normal, en los niños viviendo por debajo del nivel federal de la pobreza. Los niños que vivían en hogares de bajos recursos obtuvieron resultados, en promedio, entre 4 y 7 puntos más bajos en sus evaluaciones estandarizadas que sus compañeros más pudientes.
De la pobreza a la mala salud
Estos estudios respaldan otros que demuestran la manera en la cual los determinantes sociales de la salud, incluyendo el nivel de ingresos, se pueden asociar con efectos fisiológicos discernibles, y usualmente severos, en el cuerpo.
En otro estudio reciente, investigadores de Washington University en St. Louis publicaron un análisis de encefalogramas de 105 niños entre 7 y 12 años de edad. Concluyeron que los niños que vivieron en la pobreza durante su etapa preescolar tenían mayor probabilidad de estar deprimidos al cumplir 9 o 10 años de edad. El estudio encontró que, mientras mayor era la pobreza en que vivían, más débil era la conectividad de sus neuronas entre estructuras cerebrales claves.
Las áreas cerebrales parecen ser visiblemente “vulnerables a las circunstancias ambientales de la pobreza, como el estrés y la estimulación y la nutrición limitadas”, explicaron Pollack y sus colegas en el estudio. Esto podría resultar en cambios neuroquímicos en el cerebro, deficiencias en los sistemas inmunológicos y un riesgo mayor de desarrollar ciertas condiciones que afectan la salud física y mental.
Noble advierte que estos resultados reflejan información a nivel poblacional y no sobre el impacto de la pobreza en un niño individual. Además, hasta la fecha, los resultados del estudio indican una correlación, no causalidad. En muchos casos, es la correlación con la pobreza, en lugar de la pobreza misma, que podría ser la culpable.
Noble cree que existen dos medios principales por los cuales la pobreza afecta negativamente el desarrollo cerebral. El primero es el que ella denomina “el medio de la inversión”, el cual toma en cuenta las diferencias entre lo que se puede comprar con dinero, incluyendo cosas como la vivienda y nutrición hasta cuántos juguetes y libros tiene un niño. El segundo es “el medio del estrés familiar”, el cual incluye el impacto que tienen los recursos limitados en la salud mental de los padres, la estabilidad familiar y la calidad de las relaciones dentro del hogar, entre otros factores.
“Los recursos financieros crónicamente inadecuados hacen que los padres estén estresados constantemente, lo cual podría resultar en la negligencia, la negatividad o simplemente la falta de estímulos positivos”, dice Paula Braveman, MD, MPH, directora del Centro sobre Desigualdades Sociales en Salud de la Universidad de California, San Francisco. (En el pasado, Braveman hizo una presentación durante la Serie sobre la equidad en salud de The Trust; su presentación en inglés está disponible en video en línea.)
“La negligencia podría tener efectos tóxicos aún mayores que el abuso físico”, agrega.
De forma similar, Pollack explica que no sentirse seguro, la falta de vivienda o no saber cuándo podrás tener acceso a tu próxima comida pueden resultar tanto en estrés fisiológico como psicológico. Además, los niños que ven que su familia es diferente de las otras se ven afectados negativamente por estas “desigualdades tan visibles”, dice Pollack.
Para evaluar el impacto de varios correlatos de la pobreza en el desarrollo cerebral infantil, Noble forma parte de un equipo de científicos sociales y neurocientificos que están reuniendo fondos para llevar a cabo el primer estudio clínico aleatorio sobre la reducción de la pobreza. Están proponiendo tener centros en cuatro ciudades de EE.UU.: Nueva York, Minneapolis, Omaha y Nueva Orleans.
A partir del verano de 2017, esperan inscribir a 1,000 madres con bajos recursos y organizarlas al azar en dos grupos: uno que recibirá un suplemento financiero importante y otro que recibirá uno más pequeño. A lo largo de tres años, los investigadores evaluarán los procesos familiares y los indicadores biológicos, incluyendo una evaluación completa del desarrollo biológico, emocional y cerebral de los niños.
“Con base en los resultados, podríamos obtener recomendaciones políticas concretas”, dice Noble.
Apoyando a los niños y las familias
Algunos expertos dicen que las intervenciones que buscan mejorar las condiciones de vivienda y aprendizaje de los niños que viven en la pobreza podrían ayudar a reducir, o hasta eliminar, los riesgos asociados con las experiencias tempranas adversas.
“La gente quizás piense que, si el niño ya vivió en la pobreza, esto limitará sus resultados educativos y de salud, pero eso es falso”, dice Pollack. “El cerebro es fuerte”.
Las políticas sociales y educativas que buscan crear vivienda asequible, apoyar a los padres, reducir el crimen y aumentar el acceso a los cuidados de salud podrían disminuir los riesgos asociados con vivir en la pobreza. Pollack y su equipo están estudiando el efecto que tiene la vivienda permanente en los niños pequeños. En muchas ciudades, los subsidios para la vivienda son limitados, y los padres pueden estar en una lista de espera para obtener vivienda hasta que sus niños sean mayores, explica Pollack.
Por lo menos un estudio anterior ha demostrado resultados positivos en la salud cuando se tiene acceso a una vivienda segura y estable. El programa de demostración Moving to Opportunity del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EE.UU. permitió que las familias participantes de mudaran de viviendas públicas ubicadas en proyectos a viviendas financiadas con fondos públicos, a través de cupones, en vecindarios más seguros.
Más de una década después, los investigadores encontraron mejoras en la salud física y mental de los participantes, y los jóvenes fueron arrestados con menor frecuencia por crímenes violentos.
Pollack cree que hablar sobre el impacto de la pobreza en términos biológicos está incluyendo a más personas en conversaciones importantes sobre cómo disminuir los efectos de la pobreza en los niños y elevarlos fuera de ella.
“La gente puede tener diferentes perspectivas sobre cuál es la solución, pero comparten la misma preocupación,” agrega. “Nadie quiere que a los niños no les vaya bien”.